Julio César
Julius Caesar (1953) * USA
Duración: 120 Min.
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Joseph Ruttenberg
Guion: Joseph Leo Mankievicz (O.: William Shakespeare)
Dirección: Joseph Leo Mankievicz
Intérpretes: Marlon Brando (Marco Antonio), James Mason (Bruto), John Gielgud (Casio), Louis Calhern (Julio César), Edmond O'Brien (Casca), Greer Garson (Calpurnia), Deborah Kerr (Porcia), George Macready (Marulo), Michael Pate (Flavio), Richard Hale (Adivino), Alan Napier (Cicerón), John Hoyt (Decio Bruto), Tom Powers (Metelo Cimber), William Cottrell (Cinna).
La multitud sale a recibir enfervorizada a César tras su victoria sobre Pompeyo, lo que le convierte en un hombre con gran poder, lo cual lleva a sus detractores a temer que se convierta en dictador, acabando con la República.
Un adivino ciego le grita a César que se guarde de los idus de marzo cuando se dirige hacia el circo, donde su gran amigo Marco Antonio le ofrece por tres veces la corona de rey, que él rechaza.
Pese a ello Casio está convencido de que los senadores acabarán dándole ese título, por lo que trata de influir en Bruto para acabar con él antes de que eso suceda, y Bruto, que aborrece la tiranía acaba por unirse a la causa de Casio, que hábilmente hace que le lleguen anónimos y testimonios de otros senadores en los que confía.
Mientras los conspiradores ultiman sus planes, Calpurnia, la esposa de César, tiene un sueño premonitorio del asesinato de César, por lo que le pide a este que no salga, pues además los augures ven también que existen otros presagios que le indican que puede morir, por lo que finalmente, y para no violentar a Calpurnia, acepta no acudir al Senado.
Temerosos de que eso pudiera suceder, los conspiradores enviaron a Decio Bruto a convencerlo, halagándolo con sus palabras, y convenciéndolo de que si no acude ese día al Senado quizá no vuelvan a ofrecerle la corona, acudiendo tras ello el resto de los conspiradores a su casa para acompañarlo al Senado, forzándolo así a hacerlo.
Antes de entrar al Senado, Artemidor trata de entregarle una carta para advertirle de que se cuide de Bruto y de Casio y Casca, pero César se niega a cogerla.
Mientras uno de los conjurados se lleva fuera a Marco Antonio, los demás ruegan ante César por el fin del destierro de Publio Cimber, hermano de Metelo, rodeando así a César, que no puede escapar cuando finalmente Casca se abalanza sobre él, siendo secundado por todos los senadores, asestando Bruto la puñalada final, ante el asombro de César, que le protegía y le amaba, cayendo finalmente a los pies de la estatua de Pompeyo.
Tras su muerte, Marco Antonio pide permiso para postrarse ante César y para hablar de él como amigo a la gente, concediéndole Bruto pese a las reticencias de Casio.
Antes habla Bruto a la multitud, tratando de convencerlos de que, de César se habría convertido en un tirano por su desmedida ambición, y los hubiera convertido en esclavos.
Marco Antonio, que les convence de todo lo contrario, leyendo el testamento de César en el que dejaba 75 dracmas a cada romano, así como sus quintas, y parques públicos, a perpetuidad, excitando así los ánimos de la multitud que deciden vengar la muerte de César, obligando a los conspiradores a huir.
Tras ello, el joven Octavio, al que César adoptó, regresa para repartirse el poder con Marco Antonio y Lépido, combatiendo contra Bruto y Casio, tras acabar con 70 senadores.
Las tropas de Marco Antonio acaban por derrotar a las tropas de Casio en el día de su cumpleaños, huyendo este a la montaña, donde le pide a un siervo que acabe con su vida, encontrándolo muerto Bruto, que cree llegada también su hora, tal como se lo reveló el propio César, cuyo fantasma se le apareció durante varias noches, pidiéndole a un amigo que sostenga la espada mientras él se lanza contra ella.
Encontrado su cadáver por Marco Antonio pide que lo honren, pues piensa que entre los asesinos de César fue este el único que perseguía el bien público y no medrar.