Sombras en una batalla
España (1993) *
Duración: 95 min.
Música: Sebastián Mariné
Fotografía: Manuel Velasco
Guion y Dirección: Mario Camus
Intérpretes: Carmen Maura (Ana), Joaquim de Almeida (José), Tito Valverde (Darío), Sonia Martín (Blanca), Ramón Langa (Fernando), Isabel de Castro (Madre de José), Suzana Borges (mujer de José), Elisa Lisboa (Amalia).
Ana coincide en el autocar en que va a Zamora con José, un portugués que parece atormentado y tenso, aconsejándole ella que se relaje, consiguiendo, gracias a sus consejos dormir un rato.
Cuando despierta, le pregunta si cree que se pueden recuperar los buenos tiempos en que uno fue feliz, diciéndole ella que ella solo sabe dar algunos consejos sobre malos sueños y pesadillas, pues solo es veterinaria de un pueblo y no sabría contestarle a eso, aunque cree que depende de otra persona y sospecha que nada puede ser igual a como fue.
Él le dice que ha tenido todo tipo de trabajos, pero no ha dado con el adecuado.
En una parada en medio del camino, ella baja a tomar algo y ve que José se queda en el autocar, pero cuando este se dispone a reanudar el viaje, Ana ve que José no está y se lo dice al conductor, que le dice que seguramente ese hombre iba a ese pueblo, algo que le extraña, pues no se bajó cuando pararon, pero cuando regresa a su asiento ve que él dejó una nota a su nombre.
Al llegar a Zamora ve a una mujer que parecía estar esperando a alguien, diciéndole ella que José le pidió que hablara con ella.
Ella le cuenta que se casó con José cuando ambos eran muy jóvenes y él quería escaparse de su madre
Consiguió entonces él un trabajo en España y se mudaron, aunque entonces le enviaron a él a Francia y de pronto dejó de tener noticias suyas, tuvo que buscar un trabajo y conoció a otro hombre.
Cuando recibió su telegrama se puso muy nerviosa, pues tendrían que hablar de muchas cosas y sería difícil, viendo Ana que está aliviada de que no sea así.
Cuando sale de la estación para coger su coche la abordan dos hombres que ella toma por policías, los cuales le preguntan por el hombre que viajaba junto a ella, que les cuenta que el hombre solo le dio un recado para una mujer a la que debía decirle que no iría, tras lo que les dice que se tiene que ir a Bermillo de Sayago, donde es veterinaria.
Al día siguiente va hasta una laguna cercana para hablar con Darío, otro veterinario con el que colabora y que está fascinado por las aves, encontrándolo ese día observando a las grullas.
Va tras ello a recoger a su hija Blanca tras sus entrenamientos de gimnasia rítmica.
Ya en su casa, reciben nuevamente la visita de Darío, que, aunque les dice que cenará en su casa, acaba cenando con ellas, proponiéndole a Blanca acostarla antes de marcharse, aunque, la muchacha le recuerda que ya no es una niña.
Y, pese a los consejos que le dio a José, es ahora ella la que se despierta gritando, debido a una pesadilla.
Llama a Darío para poder hablar con alguien, diciéndole este que estará toda la mañana en la laguna, por lo que va a verlo.
Ella lamenta sus neuras, diciéndole él que a lo mejor necesita un hombre, preguntando Ana si se está insinuando, quejándose él de que, después de haber compartido tantos cerdos, vacas y ovejas, no sepa nada de ella, preguntándole él si finalmente le contará la historia de su vida, a lo que se niega nuevamente.
Y de pronto, un día aparece en su puerta José, que, tras hacer algunas indagaciones consiguió dar con ella.
Le invita a cenar, preguntándole él si realizó su encargo, diciéndole ella que no parece que su exmujer le eche de menos, lo que, él dice, es un alivio.
Le cuenta que se acordaba mucho de ella y no se le iba de la cabeza, y consiguió un trabajo temporal cerca de allí y la conocían.
Ana le cuenta que le preguntaron por él en la estación, diciendo él que no sabe quién querría algo de él, asegurando que no tiene ninguna cuenta pendiente.
Les cuenta que su madre tiene una tienda de antigüedades en Oporto y él ingresó en la academia militar sin demasiada vocación y luego fue de un sitio a otro, sin contar nada más, diciéndoles que lo que le hubiera gustado es ser mago, y les enseña un truco que sabe hacer con las cartas y con el que, al día siguiente, Blanca triunfa en el colegio.
Cuando Darío va, como suele, esa noche a casa de Ana y se encuentra allí a José preparándoles la cena, se excusa y no se queda a cenar.
Le cuenta a Ana que ya terminó su trabajo, pero que buscará otro por la zona, asegurándole que no se librará tan fácilmente de él.
Se queda a dormir y él le dice que estuvo esperando el momento en que ella le pidiera que podía quedarse y que será capaz de cualquier cosa si le tiene cerca.
Ana y José comienzan a convivir, pasando a formar parte de la familia, yendo él a ver a Blanca a sus clases de gimnasia rítmica, observando que Darío ya no va por su casa.
Ana, al verle esquivo decide ir a su encuentra y tratar de explicarle, aunque él le dice que no le tiene que explicar nada, pues le basta con saber que está bien.
José decide sincerarse con ella y le habla sobre su estancia en Francia, confesándole que esos 5 años en que estuvo desaparecido, los pasó en la cárcel.
Le cuenta que fue reclutado por un militar retirado para trabajar como mercenario haciendo operaciones de castigo contra refugiados españoles en el sur de Francia, formando parte de un grupo compuesto por portugueses y marroquíes.
Le asegura que él jamás llegó a disparar, pues le detuvieron antes. Se limitaba a conducir, y vio cómo sus compañeros organizaron una carnicería, pero él fue detenido y paso 5 años encarcelado.
Al escucharlo, Ana se descompone y le pregunta por qué no se lo contó antes, diciéndole que no se sentía orgulloso, diciéndole ella que cuando alguien busca cariño y una casa no debe ocultar esa basura durante días, y piensa que se lo ha contado cuando está ya seguro de que no ocurrirá nada.
Ella le dice que conoce esa batalla, pues en ella perdió parte de su vida y cada día tiene que hacer un esfuerzo por seguir adelante y olvidar el espanto y la violencia que le tocó vivir, pensando en su hija, y siente que de pronto vuelve a estrellarse de frente contra todo aquello y le pide que recoja lo que tiene en su casa, pues no quiere saber más de él, nunca.
Él le dice que no quería engañarla ni hacerle daño, por lo que se baja del coche y sigue su camino andando.
Blanca sigue visitando a Darío y a veces va a su casa a estudiar, y le cuenta que su madre no le habla, diciéndole Darío que a él tampoco, contándole la niña que José se marchó.
Darío le dice que cuando se recupere, su madre verá que ellos siguen allí.
Vuelve a visitarla en su casa, pero la ve ensimismada y no entra en sus bromas con Blanca.
Y una noche, cuando sale de su casa, Ana ve cómo varios hombres lo abordan y le obligan a subir a un coche, decidiendo Ana salir tras ellos con su coche, hasta que ve que cómo lo tiran en medio de la carretera.
Darío le dice que le cogieron al confundirle con su amigo José, siendo cuatro hombres a los que no había visto antes.
En Navidad, Ana y Blanca se acerca a Zamora para comprar los regalos.
Entretanto, en Oporto, José prepara regalos en la tienda de su madre, preocupada al ver que este no sabe qué hacer en su vida.
Le regalan a Darío, que va a pasar la Navidad en Zamora, con su familia, un abrigo nuevo, porque se le rompió el suyo cuando le secuestraron.
Ven que José les envión un paquete, viendo que se trata de unas copas de la tienda de su madre, que Ana decide tirar, cortándose al recogerlas.
Un día la sigue un coche hasta su casa, viendo que se trata de los hombres que ya la interrogaron en Zamora, que dicen, tienen algo que proponerle.
Tras hablar con ellos, viaja hasta Oporto para hablar con José.
Él le cuenta de nuevo que sus cuentas están saldadas, pero ella dice que debe hacer lo que desean esos hombres para que les dejen en paz a los dos.
En su día, cuando le detuvieron, señaló a los hombres que le reclutaron, que debido a ello fueron procesados.
A punto de celebrarse un juicio contra ellos, quieren que diga que le forzaron a declarar y que en realidad se equivocó.
Ella pidió su seguridad a cambio de su silencio porque le quiso.
No entiende que ella siga considerando como hermanos aquellos de los que se esconde, diciendo ella que es un asunto entre hermanos.
Y de pronto, y en Oporto, se encuentra con uno de sus antiguos compañeros, Fernando, y huye de él hasta un hotel, aunque poco después ve que se siente frente a ella en la mesa del restaurante.
Le dice que le alegró verla y le dice que la niña estará mayor, pues pasaron ya 13 años.
Fernando le dice que no participó ni directa ni indirectamente en la muerte de Javier, pero que muriera era lo correcto, pues se les había advertido a ambos y su muerte era la única salida.
Ella le dice que todo consistía en pensar como ellos, y que el que discrepaba estaba condenado, no perdiendo ninguno de ellos ni un minuto en escucharle. Se le pegaba un tiro y dejaba de llevar la contraria.
Ella le dice que da miedo lo que han hecho desde entonces cuando la acusa de individualista, y de no haber aprendido nada.
Le cuenta que vive a unos kilómetros de Lisboa como veterinaria y que espera no verlos por su clínica.
Él recuerda aquellos tiempos en que cantaban y bebían juntos.
Él dice que está seguro de que recurrió a la policía y que estos le ayudaron, respondiéndole ella muy enfadada que no se deben tirar piedras en el pozo donde se ha bebido, y que, aunque tenía razones para hacerlo, pues mataron a Javier, no tuvo que recurrir a ellos.
Ella le pide que le diga qué hicieron con él, diciéndole que es mejor que no lo sepa, acusándole ella de vivir en el miedo de los demás, pero que sus ideas son muy pequeñas y le dice que nunca cantaron juntos, antes de marcharse.
Al llegar a recepción le pide al recepcionista que le dé una llave cualquiera como si estuviera allí alojada.
Sale en ese momento Fernando con una mujer que estaba en el mismo bar donde antes habló con José, acusándola de ser confidente de la policía, pues están allí buscando a un hombre y esa mañana la vieron con él.
Ella se niega a seguir escuchándolos y se marcha como si fuera a una habitación, aunque lo que hace es escapar por una puerta lateral.
Llama tras ello a la tienda de la madre de José, al que no encuentra allí, pidiéndole que le diga a José que se esconda, pues está en peligro.
De regreso, Darío la encuentra muy angustiada y le pregunta qué le pasa, al ver que llora.
Le pregunta si hizo lo que tenía que hacer y si le ocurre algo, diciendo ella que cree que llegó el momento de que le cuente el rollo de su vida.
Le dice tras ello que la idea de estar esperando a que vayan a por ellas le deja mal y por eso ha decido marcharse a Madrid.
Blanca pensaba que había ido a Portugal a reconciliarse con su amigo, debiendo contarle que fue a avisarle para salvarlo y que nunca más podrá haber nada entre ellos.
Temiendo por ellas, Darío le dice que mejor esa noche duerman en su casa.
Blanca puede ver mientras recoge sus cosas cómo su madre desentierra una pistola que tenía escondida en el jardín.
Cuando se marchan, suena su teléfono, pero ella ya no lo escucha, porque se marchó, colgando José antes de volver al coche.
Ya en casa de Darío, Blanca le dice a su madre que no le gusta la idea de irse y lamenta que no le preguntara, pues no le gustan las ciudades y todo lo que le importa está allí.
Habla luego con Darío, que le dice que él cuidará de los animales, aunque, dice, él es el primero de todos por dejarla marchar.
Ana le besa por vez primera después de tanto tiempo.
Entretanto, José llega a Bermillo y acude a casa de Ana, viendo al llamar que no le escuchan, y, al observar que está todo apagado, trata de que le escuchen tirando piedrecitas hacia su ventana.
Se acerca entonces otro coche del que baja un hombre que acaba con él de un disparo y entra luego en la casa buscando a Ana.
Pocas horas después, la guardia civil rodea su casa, acudiendo muchos vecinos, y entre ellos Ana, que ve el cadáver de José y comprende lo sucedido.
Un policía le pide que le acompañe hasta Zamora, donde debe declarar, aunque pide antes que le permitan hacer una llamada.
Llama a una de sus clientas en la frontera portuguesa.
En Zamora habla con el juez encargado del caso, que la identifica como Blanca Ruiz de Oria, asegurándole que es una sorpresa para él saber que vivía allí, aunque, le dice, la última requisitoria contra ella es de 15 años atrás y está prescrito.
El juez no parece querer saber nada sobre la colaboración del muerto con los supuestos policías y le dice que le dará protección, aunque ella dice que no la quiere y si lo necesitara iría a otro lugar.
Le pide que no se obsesione con esos policías, pues ya nada tienen que hacer por allí tras la desaparición de José.
Ya de regreso, le dice a Darío que no sabe si podrá seguir resistiendo sin tenerlo a su lado.
Recibe una llamada de Amalia, su clienta, amiga de los gendarmes de la frontera portuguesa, que consiguió que estos le contaran que poco después del atentado pasaron por el puesto fronterizo un hombre y una mujer con un coche con matrícula francesa y su ubicación.
Decide regresar a Portugal, diciendo que ahora sabe que debe defenderse, aunque le pide a Darío que le espere.
Los dos terroristas, Fernando y la mujer con la que fue a Portugal salen por la mañana de la pensión donde pasaron la noche para marcharse, siendo sorprendidos por Blanca, que, escondida en la parte trasera del coche, apunta a Fernando con su pistola, confesando este que si la hubieran encontrado en su casa la habría matado.
Ella dispara entonces, pero no al etarra, sino al retrovisor, donde se reflejaban sus ojos.
Llama tras ello a Darío, que le cita en Muga de Sayago para trabajar, notando él, al hablar con ella, que parece contenta.
De regreso habla con su hija, que le pregunta si usó la pistola que desenterró del huerto, haciéndole ver que sabía lo que iba a hacer, diciéndole ella que iba a hacerlo, pero no pudo.
Blanca le pregunta si pueden seguir viviendo allí, diciendo ella que deberían intentarlo.