La tumba de las luciérnagas
Hotaru no Haka (1988) * Japón / USA
Duración: 93 min.
Música: Michio Mamiya
Fotografía: Nobuo Koyama
Guion: Isao Takahata (Novela: Akiyuki Nosaka)
Dirección: Isao Takahata
El espíritu del joven Seita cuenta que el día 21 de septiembre de 1945 murió.
Un Seita desnutrido y andrajoso está sentado junto a una columna de la estación de tren de Sannomiya, por donde pasa la gente comentando que pronto llegarán los americanos, sin hacer caso de los jóvenes pordioseros. Solo una mujer le deja comida, pero ni levanta la cara.
Mientras se pregunta qué día será, cae al suelo y dice un nombre, Setsuko.
Un momento después un limpiador dice a su compañero que está muerto, mientras su compañero observa a otros jóvenes que todavía viven, aunque por poco tiempo.
El hombre descubre al moverlo que llevaba encima una lata de caramelos, de la que su compañero le pide que se deshaga.
El hombre lanza la lata hacia un descampado, abriéndose al llegar al suelo, y saliendo de ella unos pequeños huesos, comenzando a volar a su alrededor centenares de luciérnagas.
El espíritu de Seita, ahora bien vestido, se une al de su hermana Setsuko, y, tras recoger la lata de caramelos, que también parece nueva ahora, suben a un tren, en que solo viajan ellos junto a algunas luciérnagas, compartiendo la niña los caramelos con su hermano, visitando los lugares por los que pasaron juntos poco tiempo antes.
El sonido de las alarmas que predicen un próximo ataque de la aviación estadounidense hace que todos los habitantes de Kobe se afanen en llegar a los refugios antiaéreos, pidiendo el joven Seita a su madre que se adelante ella, pues tiene un problema de corazón y es más débil, y que no se olvide de su medicina, mientras él termina de enterrar delante de la casa algunas de las pertenencias de la familia para evitar que el bombardeo las destruya.
Luego, y tras recoger algunas cosas, como una foto de su padre, un oficial de la marina, sale con Setsuko cuando ya comienzan a caer las bombas que hacen que arda su vecindario y casi toda la ciudad, no pudiendo llegar hasta el refugio, viendo desde la playa cómo arde toda la ciudad, habiendo centenares de muertos y heridos y gente sin hogar, logrando evitar que les alcance a ellos el bombardeo, viendo cómo tras este comienza la lluvia que, comenta, llega siempre tras las bombas.
Cuando mira hacia la ciudad ve que todo es desolación y quedó destruido, avisando un hombre a los supervivientes a los que pide que se dirijan hacia el colegio, que será el nuevo punto de reunión.
Cuando Seita y su hermana llegan al lugar, una mujer les dice que su madre está malherida, entrando él a verla, observando que tiene todo su cuerpo vendado debido a las graves quemaduras sufridas.
Pregunta a los médicos si encontraron su medicina, pues tiene problemas de corazón, aunque lo ignoran.
Hace que su hermana guarde en su monedero el anillo de su madre y le cuenta a su hermana que su madre no está muy bien, por lo que irán a casa de su tía en Nishinomiya.
Al día siguiente su madre muere, viendo cómo se la llevan para quemarla junto con otros fallecidos, observando que debido al calor tiene ya gusanos por el cuerpo.
Su espíritu llega en el tren con el de su hermana, a casa de su tía, su siguiente paso.
Allí se instalaron, aunque tras quemar a su madre no cuenta nada de lo ocurrido y le dice a su hermana que irán a ver a su madre cuando se encuentre mejor.
Regresa a la que fue su casa familiar, y rescata todo lo que enterró días antes, ropa y comida, entre la que está la lata con las chucherías.
Lleva todo a casa de su tía que está contenta de ver todo lo que lleva, observando que las familias de los militares tienen aún mucha comida a la que ellos no tienen acceso.
La tía le dice que deben hablar también del futuro y llevar a Setsuko a ver a su madre, debiendo decirle que murió en el colegio dos días antes, no entendiendo por qué no se lo dijo, diciendo que no quiere que Setsuko se entere.
Setsuko llega contenta, pues le compraron unos zapatos nuevos y luego se baña y juega con Seita en la bañera.
A la niña le fascinan las luciérnagas y su hermano le coge una, aunque ella sin querer la aplasta, bajando luego hasta donde ven que hay centenares sobrevolándolo.
La tía le pregunta si no tiene que ir al instituto, contándole el muchacho que toda la zona de Kobe, incluido el instituto ardieron.
La tía le dice que deben escribir a su padre, contando que ya lo hizo. Que la entregó en la oficina militar naval 10 días antes, contándole la tía que ella también le escribió, aunque no contestó a ninguno de los dos.
Comentan luego, mientras comen, que la guerra va cada vez peor. Que hay muchas fábricas destruidas y les obligan a trabajar más, comentando la tía que también reparten cada vez menos comida, interrumpiéndoles las sirenas antiaéreas, por lo que deberán ir a refugiarse, comentando que cada vez son más frecuentes los bombardeos.
Seita lleva también a su hermana a la playa, donde se bañan, corretean y juegan, no pudiendo evitar los viejos tiempos, cuando iba toda la familia a la playa.
Suenan de nuevo las sirenas y deben regresar, mientras se acercan los aviones.
Su tía le indica que si cambia la ropa de su madre por arroz conseguirá sacarle provecho., aunque entonces Setsuko se despierta y empieza a llorar y a gritar pidiendo que no se lleve la ropa de su madre.
Él está feliz por el arroz conseguido, una parte del cual le entrega a su tía, que les pone una sopa insípida pese a que ellos le entregaron su comida, y les dice la tía que la gente que no trabaja no necesita comer tanto como los que lo hacen, y le sugiere además a Seita que busque a su familia de Tokio para que se vayan a vivir con ellos, aunque él le dice que no sabe la dirección.
Como rescató también la cartilla de ahorros de su madre va al banco y le cuenta luego a su hermana que su madre tenía ahorrados 7.000 yenes.
Vuelve a escribir a su padre.
Con el dinero que sacaron compran comida y utensilios, y desde ese día se harán ellos su propia comida.
Pero las raciones escasean, en efecto, y se acaban también los caramelos de la caja, que siempre calmaban a su hermana. Echa agua en la caja y la remueve y bebe el agua con sabor a los caramelos.
Su tía se queja además de los terrores nocturnos de la niña, que no dejan dormir a su hija ni al estudiante que vive con ellos.
Una noche, mientras trata de calmarla vuelven a sonar las sirenas.
La tía no para de quejarse por todo. Incluso si cantan, les dice que no tienen vergüenza, pues la gente no está para alegrías.
Harto de sus continuos desprecios, le dice a su hermana que se irán de allí, instalándose en un refugio antiaéreo abandonado junto al río.
Tras dar las gracias a la tía por haberlos acogido carga con todas las cosas y se marcha.
Compran algo de comida a un campesino, que les vende también paja. Y colocan una mosquitera para evitar picaduras y cazan algunas luciérnagas, que iluminan la cueva.
Recuerda a su padre durante la inauguración de un acorazado nuevo antes de que naciera Setsuko y se pregunta luego dónde estará su padre luchando ahora.
Por la mañana Setsuko hace un agujero en el suelo para enterrar a las luciérnagas muertas, diciéndole a su hermano que es una tumba y le dice que ya sabe que su madre está también en una tumba, pues oyó a su tía contar que había muerto.
Él le dice que un día la llevará a visitar su tumba.
Llora la niña diciendo que por qué se mueren tan rápido las luciérnagas.
La comida escasea y Seita pide ayuda al campesino, que les dice que la comida está tan justa que no pueden compartirla, aconsejándoles que vuelvan a casa de su tía, pues ahora la comida se reparte de forma oficial y si no forman parte de un grupo no lo recibirán.
Un día deben ponerse a cubierto al pasar un avión junto a ellos, y al lanzarse al suelo lo hacen junto a unas tomateras, cogiendo algunos tomates para comer.
Llueve copiosamente y ve que su hermana no come, diciéndole que tiene diarrea.
Un día, un campesino lo pilla robando, diciendo que lo necesita porque su hermana está enferma, pese a lo cual o lleva a la comisaría, sin importarle los llantos de la pequeña y que él le dice que sin él, ella no sobrevivirá.
El oficial, sin embargo, no hace caso de la denuncia y, de hecho, amenaza al campesino con encerrarlo a él por haber pegado a un menor, dejando al muchacho marcharse, con todo el cuerpo magullado por los golpes que le dio el hombre.
Cuando sale, le espera fuera Setsuko, que llora al verle en ese estado.
Los bombardeos arrecian y pasan tanta hambre que Seita aprovecha cuando las familias están en el refugio para entrar en algunas casas y robar comida y le lleva luego a su hermana, que cada vez está más débil.
En el siguiente bombardeo roba ropa para poder venderla luego y comprar comida, pero coge ropa de poca calidad y no consigue venderla.
Pero su hermana comienza a enfermar y decide llevarla a ver a un médico por la diarrea y las erupciones en la piel, señalando el hombre que es un caso de malnutrición y le dice que necesita alimentos nutritivos.
Decide que sacará todos los ahorros para comprarle comida buena, aunque ella dice que solo quiere que esté con ella.
En el banco se entera de que Japón perdió la guerra y se rindió, incluso le dicen que todos los barcos se hundieron y no queda ninguno ya.
Sale desesperado gritando que odia a su padre, pero luego saca su foto y llora pensando que también ha muerto.
Escucha un avión, pero ve que esta vez no deja caer bombas.
Regresa con huevos y pollo, pero ve que su hermana, que canta, y está ya delirando y le dice que le ha preparado a él unas bolas de arroz, que ve que en realidad son piedras, y encuentra en su boca una chapa que tenía en la caja de golosinas.
Le da un poco de sandía para que vaya comiendo mientras le prepara arroz con huevo, pero está tan débil que no consigue comer.
Ya no volvió a abrir los ojos.
Por la noche, mientras diluviaba, se tumbó a su lado.
Consigue carbón, del reparto especial.
Y mientras otras familias regresan a sus casas si no las destruyeron y están felices, Seita abandona el que fue su hogar hasta ese momento.
Recuerda a su hermanita allí, feliz jugando y riendo, cogiendo flores o limpiando.
La coloca en una cesta con su muñeca, y su monedero, e incluso la caja de golosinas, que luego rescata y se queda como recuerdo.
Luego quema a su hermana con el carbón que le entregaron, mientras las libélulas revolotean a su alrededor.
A la mañana siguiente, Seita puso los restos de Setsuko en la lata y bajó de la montaña y ya no volvió a la cueva.
Los espíritus de los dos hermanos se sientan en un banco sobre la colina. Entre las libélulas, la niña, con la caja de caramelos entre sus manos, se duerme sobre Seita.
Sus espíritus permanecen en esa colina y contemplan las luces del Kobe actual.