La diosa
Shen Nu (1934) China
Género: Drama
Duración: 80 min.
Fotografía: Hong Weilie
Guion y Dirección: Wu Yonggang
Intérpretes: Ruan Lingyu (La diosa), Zhang Zhizhi (El Jefe), Lai Hang (Hijo), Li Junpan (Director)
"Historia de una prostituta sin nombre. Una mujer que camina por las calles con luces de neón tratando de llevar a casa cada día el dinero suficiente para vivir ella y su hijo".
Comienza a anochecer en Shanghái y un operario cambia la bombilla de una farola, cerca de un piso donde una mujer mece a su niño hasta que consigue que se duerma.
Son casi las 9 y una vez que el bebé se duerme, ella se retoca el maquillaje, y, tras pedir a su vecina que esté pendiente para cuando su hijo despierte, sale a la calle.
En la calle sube a un rickshaw que le lleva hasta las bulliciosas calles del centro de la ciudad, donde las luces de neón deslumbran, pero donde no faltan las peleas.
En la calle, trata de atraer la atención de posibles clientes, debiendo huir de la mirada de los policías.
Cuando amanece, regresa agotada a su casa, pero debe atender a su hijo, al que había vigilado su vecina hasta ese momento.
Se repite lo mismo la noche siguiente, pero en esta ocasión hay una redada policial, lo que hace que haya un enorme revuelo, debiendo la mujer ocultarse para no ser detenida, para lo que entra en el cuarto de un hombre, que, al verla sonríe, y la encubre ante el policía que la buscaba, aunque luego le exige que pase con él la noche como pago de su favor.
Al día siguiente, el hombre juega con sus amigos, viniendo a su cabeza la mujer a la que conoció la noche anterior, y por ello, a la mañana siguiente la busca con dos de sus compinches. La ven entrar en su casa y la siguen y la sorprenden.
Ven que tiene un bebé, pidiéndoles ella silencio para no despertarlo, comentándoles el hombre a sus compinches que no contaba con que tendría un niño.
Se sientan y lo examinan todo, y cuando ven que tiene preparada comida, envía a uno de sus amigos a comprar lico y le indica que tendrán una pequeña fiesta, comiéndose tras ello su comida y brindando luego por la boda del jefe.
Ella se niega a beber y le preguntan si es que se cree alguien especial y el "Jefe" le dice que muy pronto sabrá con quién está tratando, pues una chica como ella no debe andar por ahí sin él, no sabiendo ella si reír o llorar.
Y, a partir de ese momento, pasó a ser propiedad del Jefe.
Cuando regresa de su trabajo ve que él duerme, y esconde el dinero que ganó en un cajón, aunque él se despierta y va inmediatamente hasta el cajón, apartándola él de un manotazo, mientras el bebé llora.
La vecina, que escucha el escándalo, mira por la cerradura, viendo cómo el hombre comenta que si "Número Uno", como se autodenomina se queda corto de pasta, sólo necesita abrir la mina de oro otra vez, yéndose con el dinero de ella.
Mientras el Jefe se deja el dinero que le quitó en el juego, la vecina trata de consolarla, diciéndole la chica tiene que mudarse y que después se ocupará de encontrar un modo de sobrevivir, pidiéndole que no diga a él dónde se fue.
Cuando regresa el Jefe encuentra el piso vacío, y, aunque le pregunta a la vecina, esta no le cuenta nada.
Ella acude a una casa de empeño para conseguir dinero por sus joyas y le compra un juguete a su bebé.
Pero cuando llega a casa, ve allí el sombrero del Jefe y que no está el bebé en la cuna, contándole el hombre que lo vendió por 200 pavos.
Ella se siente desfallecer primero y luego, desesperada se lanza contra él y lo zarandea, aunque es tan grande que ni se inmuta, por el contrario, ríe y le dice que eso le pasa por meterse con él y que eso es solo una muestra, y que, si todavía quiere el niño…
Ella debe aceptar, viendo cómo entra uno de sus secuaces que estaba afuera con el bebé, aunque el monito que le compró se rompió.
El Jefe dice un viejo proverbio: "no importa lo rápido que el mono se mueva, nunca podrá librarse de las garras del monje", mientras mira las suyas propias y sonríe.
Ella no tiene más remedio que acabar en las garras de él mientras su hijo crece día a día, siendo su único consuelo como madre.
Pasan varios años y el pequeño juega en las calles con otros amigos cuando, desde la ventana, una vecina dice a su hijo que se aleje de ese niño, pues no es de su clase, por lo que se van y lo dejan solo, preguntando luego, triste, a su madre, por qué le dicen eso, diciéndole ella que no vuelva a jugar con ellos.
Luego, tras cenar, lo mece en su regazo como cuando era un bebé hasta que se duerme, y, cuando dan las 9 lo acuesta y se arregla para salir.
Al hacerlo, ve cómo las vecinas la señalan y la miran mal.
Cuando regresa, cavila sobre dónde esconder el dinero para que no se lo quite el Jefe, encontrando un hueco en la pared, donde lo irá escondiendo cada día bajo un ladrillo.
Como su hijo era despreciado por los otros niños, decidió que tenía que recibir educación, acudiendo a inscribirlo en el colegio, donde, cuando le preguntan por la profesión de su padre, ella cuenta que murió.
El comienzo de esa nueva vida para su hijo le trajo también a ella esperanzas.
Va contenta a esperarlo, como el resto de las madres a la salida, donde la observa la vecina que no permitía a su hijo que jugara con el suyo.
Disfruta viendo cómo el niño aprende a leer, preguntando el Jefe entonces que para qué se gasta el dinero en un colegio, si puede verle a él, que no sabe leer ni una palabra, pero lo consiguió todo en la vida, diciéndole ella que él no tiene nada que opinar sobre si su hijo va a la escuela o no.
Le cuenta que ese día el profesor les enseñó a hacer calistenia, observando cómo hace ejercicios con los brazos en cruz y le pide luego que lo haga ella, aunque ríen al ver cómo le cuesta mantener el equilibrio.
Le dice contenta que no saldrá esa noche.
Pero al día siguiente, durante el recreo, el hijo de la vecina reúne a los demás niños y les dice que su madre dice que viene de una mala familia y que no debe jugar con él, tras lo que todos comienzan a insultarlo y a llamarlo bastardo hasta que sale el profesor y trata de tranquilizarlo.
El Jefe sospecha que le oculta el dinero, pues durante varias noches regresa sin nada, diciéndole mientras le aprieta fuerte la muñeca, en la que deja sus dedos marcados, que uno de esos días va a probar el verdadero sufrimiento.
A la vuelta del colegio el niño le cuenta que dos días más tarde habrá un concurso de talentos en el colegio y el profesor le pidió que cantara.
Ese día, el director indica, antes de que comienza el festival, que con este tratan de acercar a padres y maestros.
Los niños van saliendo y ella se siente muy orgullosa tras la actuación de su hijo.
Pero la vecina, sentada a su lado pregunta a su compañera de asiento si sabe lo que esa mujer hace para vivir, corriéndose la voz, por la sala, donde están más atentas las mujeres a los cotilleos que a los niños que actúan.
Unos días después, el director del colegio recibe una enorme cantidad de cartas de padres que indican que la presencia de ese niño daña la moral de la escuela, por lo que decide investigar el asunto.
Observa a los alumnos desde fuera de clase, viendo cómo el niño está muy atento, mientras que el hijo de la vecina está jugando distraido.
Cuando llega a casa, su madre le dice que, como ha sido bueno, le comprará unos zapatos nuevos.
Llega el director a su casa para hacerles una visita, encontrando a la mujer haciendo punto y al niño con los deberes, aunque puede ver también los vestidos que utiliza la madre por la noche.
Le cuenta que muchos padres dicen que parece haber algo incorrecto en la ocupación de la madre, pidiendo esta al niño que se marche mientras hablan.
Le dice que, de ser ciertos esos rumores, tendrá que expulsar a su hijo por el bien del colegio, debiendo reconocer ella, con desesperación que es cierto, pero que ha tenido que hacerlo para mantener a su hijo, y, aunque sabe que es vergonzoso lo que hace, ama a su hijo, que es su vida, y que, aunque ella sea una degenerada se pregunta si no tiene el derecho a hacer de él un buen chico.
Que el dinero que ganó vendiendo su cuerpo lo utilizó para darle a él una educación, porque quiere que él sea una buena persona, no entendiendo que le denieguen el derecho a dar una buena educación a su hijo.
Como el niño escucha que llora su madre, entra para consolarla.
El profesor le dice que lo lamenta y que está equivocado y no puede expulsar un niño con una madre como ella.
Mientras ella sigue esforzándose cada día en hacer la colada para que el niño vaya limpio, el maltratador trata de encontrar, por todos los medios el dinero que está convencido que le oculta, aunque no logra dar con el escondite hasta que al recoger uno de los vestidos de ella que se le había caído, ve el hueco de la pared.
Saca todo el dinero y se va para jugárselo.
En el colegio, y ante el resto de profesores, el director da cuenta del resultado de su investigación.
Les cuenta, que, en efecto, la madre se dedica a la prostitución, pero que deben entender que el problema no es con ella, sino con la sociedad, porque ella es un ser humano que tiene sus derechos, al igual que los tiene su hijo, y especialmente este.
Que ella lo hace para sobrevivir y no tenía más remedio que arrojarse a la misericordia de las sucias calles, donde esta no existe y que todo es para el bien de su hijo y por su futuro, pues quiere darle una educación y una oportunidad que ella no tuvo, y por tanto ellos, que se consideran educadores, deben asegurar que tenga esa oportunidad, teniendo el deber moral de salvarlo de ese ambiente tóxico.
Los profesores debaten el asunto, diciéndole al director que su discurso es demasiado emotivo, pero que deben considerarlo desde un punto de vista objetivo, teniendo en cuenta las opiniones críticas de los otros padres, pues de lo contrario eso podría acabar con la escuela.
El director les dice que parecen haber olvidado los principios básicos de su escuela y de la educación y que no pueden destruir las oportunidades del niño solo por prejuicios.
Decide, ante el juicio de los demás, renunciar a su puesto como director, y, tan pronto como lo hizo, la escuela publicó la carta de expulsión del niño.
Cuando ella va a buscarlo al colegio, el niño le entrega la carta y le dice que el maestro le dijo que no volviera al día siguiente a la escuela.
Tras leerla la estruja con su mano y la tira despectivamente al suelo.
Ya solo le queda la sordidez de las calles de noche con sus bonitas luces de neón.
Le dice a su hijo que si ellos fueron capaces de hacer algo así, no tienen un lugar entre esa gente, por lo que se irán a un lugar donde nadie les conozca.
Se dispone por ello a recuperar su dinero, dándose cuenta de que ya no está.
Muy enfadada, deja a su hijo en casa y sale hacia el lugar donde el Jefe se está apostando su dinero.
Entran para hablar en su cuarto, done ella le pide que le devuelva su dinero, ante lo que él solo ríe, diciéndole ella que si no le devuelve ese dinero morirán, tras lo que comienza a zarandearlo, diciéndole él que ya se gastó ese dinero, diciendo ella que entonces ambos morirán juntos.
Acaba golpeándola ante la insistencia de ella en pedir su dinero. Ella coge entonces una botella y le golpea con ella en la cabeza.
Fuera escuchan el ruido del golpe y del hombre al caer y entran todos, viéndola a ella con la botella rota en la mano y al Jefe en el suelo.
Algún tiempo después es juzgada y encarcelada.
Hasta ese momento permanecía como si estuviera en otro mundo, pero solo entonces toma conciencia de dónde está y pregunta dónde está su hijo y pide que la dejen salir, agarrada a los barrotes.
El antiguo director del colegio lee en los periódicos la noticia de que el jurado en el proceso del homicidio del jugador sentenció a la acusada a 20 años de cárcel.
Esta pasea como una fiera enjaulada por la celda cuando recibe la visita del director al que ella dice despectivamente que le mintió y le pregunta qué quiere ahora.
Él reconoce que se lo prometió, pero que no le dejaron, aunque ahora, ya que su niño debe ir a un orfanato, tal como falló el tribunal, quiere que sepa que lo va a adoptar y a educarlo personalmente.
Al escucharlo, se siente reconfortada y tranquila.
Le dice que con una madre como ella, el chico tendrá que soportar la vergüenza el resto de su vida, por ello le pide que, cuando crezca, le diga que su madre murió, pues no desea que nunca sepa nada de ella.
Se queda triste, pero finalmente sonríe con esperanza.
En la solitaria y silenciosa vida de la prisión ella encuentra el sosiego imaginando un futuro brillante para su hijo al que recuerda sonriéndole.