El último viaje de Robert Rylands
España / Gran Bretaña (1996) *
Duración: 98 min.
Música: Ángel Illarramendi
Fotografía: Antonio Pueche
Guion: Elías Querejeta y Gracia Querejeta (Novela: Javier Marías)
Dirección: Gracia Querejeta
Intérpretes: Ben Cross (Alfred Cromer), William Franklyn (Robert Rylands), Gary Piquer (Juan Noguera), Cathy Underwood (Jill), Perdita Weeks (Sue), Kenneth Colley (Archdale), Lalita Ahmed (Ahira), Karl Collins (Abraham), Maurice Denham (Hume).
El comisario Archdale está una noche en comisaría con otro joven policía, cuando ven desde la ventana cómo se acerca Robert Rylands, indicando el primero que deben prepararlo todo, pues va a ser una noche muy larga.
Alfred Cromer acude a la estación de Oxford para recoger a su amigo Juan Noguera.
Camino de la casa de su hermana Jill, donde Juan se hospedará, Alfred le pregunta por su hermano, aunque Juan le dice que no sabe nada de él.
Jill les espera preparando en el horno unos dulces con su hija Sue, que le muestra un peculiar botón que esta última dice encontró en el bosque cuando salieron de excursión.
Cuando escuchan que llega el taxi, Sue se asoma y le dice a su madre que el recién llegado es bizco, aunque luego, cuando entran, comprueba que no es así.
Jill le muestra a su hermano Alfred el botón diciéndole que Rylands ha vuelto, diciendo Alfred que era una posibilidad, tras lo que tira el botón, aunque Sue lo recupera.
Jill le muestra a Juan una foto que dice que su hermano buscó mucho, pues estaba obsesionado con llegar a la estación y no reconocerlo.
Él observa esa foto familiar en que aparecen él y Alfred más pequeños con la familia de este en España, durante su cumpleaños.
Por su parte hace ejercicios y les dice a sus manos que todavía las mueve, observando luego una foto suya con Rylands.
Este, se encuentra ahora en la comisaría, donde le cuenta al policía joven, de 20 años, que es soltero, historiador y arqueólogo, una profesión, asegura, estúpida, pues se trata de averiguar qué les pasó a los demás y que vive en la llamada Casa del embarcadero y tiene 70 años, aunque le corrige el comisario Archdale, que entra en ese momento, diciéndole que tiene 69, aunque él arguye que cuenta también los 9 meses que estuvo en el útero de su madre.
Rylands sabe también que Archdale tiene 60, aunque su joven compañero le echa 70.
Juan espera nervioso para dar su primera clase de Lengua Castellana en Oxford, aunque no llega ningún alumno. Lo hace Alfred, que le dice que tendrá que conformarse con él y le pide que empiece con la clase, empezando a llegar los alumnos entonces, observando que hay un joven negro, Abraham, que recita a Gonzalo de Berceo.
Pero no consigue arrancar su clase, pues Alfred sufre un desvanecimiento, aunque cuando se recupera indica que no hace falta que llamen a un médico, diciéndole a Juan que son ya 7 los que ha padecido y llegarán a ser más.
Se va tras ello con su bicicleta al hospital, donde trabaja su hermana Jill a la que le cuenta que perdió el sentido y que nota que no puede mover bien la mano izquierda, indicándole ella que le harán unas pruebas para que se sienta tranquilo.
Juan ayuda a Sue a subir al árbol que Alfred indicó que de niño era su atalaya.
Jill le consigue una toga e irá con Alfred en bicicleta a clase, contándole por el camino que Jill le intimida un poco, lo que le pasa con las mujeres voluntariosas y le pregunta cuándo se divorció, diciéndole Alfred que nunca estuvo casada y que, si lo que desea saber es quién es el padre de Sue, debe preguntárselo a ella, aunque Juan le dice que no se atreve.
Acude a una cena con otros profesores, a la que llega también, arrollador, Rylands que aconseja a Juan Noguera que se vaya en cuanto pueda, tras lo que le pregunta al rector qué han hecho en los últimos años allí sin él, mostrándose Alfred visiblemente molesto.
De regreso a casa, borrachos ambos, Juan le pregunta a Alfred quién era el que llegó el último, pues le sorprendió que supiera su nombre.
Y cuando suben a casa Alfred le pide a Juan que se asome a la ventana, convencido de que Rylands estará allí, lo que en efecto comprueba, gritando el hombre cuando abre la ventana que pensó durante esos años que se atrevería a dejar esa maloliente cueva, aunque, dice, sabe que nunca se atreverá a nada que merezca la pena, antes de marcharse.
Archdale le cuenta que su esposa murió, diciéndole Rylands que de todos modos no quería a esa bruja, pidiéndole a Rylands cuando sale el policía joven a buscar comida que no vuelva a decir eso de su mujer.
Continúan luego con el interrogatorio, preguntándole el comisario por qué ha decidido volver, diciendo él que algo le dijo que debía regresar, pues los últimos 10 años fueron los más vacíos de su vida y gastó hasta el último penique de su fortuna.
Alfred acude al hospital, donde le practican un escáner, en el que ven unas sombras, preguntando Jill al doctor que le trata si se puede operar, diciendo el médico que estudiará todas las posibilidades.
Alfred va a comer con ella y le pida que le diga el resultado, aunque luego le dice que le basta con verla, y le pregunta cuánto tiempo le queda, aunque también le pide que no se lo diga.
Le cuenta luego a ella que Rylands apareció en la cena.
Jill le dice que a Sue le ha dado por escribir cartas, aunque le pide que se tranquilice, pues ni siquiera conoce el nombre de Rylands, y le pregunta si nunca se interesó, diciendo ella que sí, pero que le contó que su padre estaba en el cielo.
Alfred le pide que nunca le cuenta a Sue la verdad y le dice luego que no quiere una larga y dolorosa agonía.
Juan queda con Abraham, su alumno y le pregunta quién es Rylands, respondiéndole que un arqueólogo, y un seductor muy temperamental. Una de esas personas que te encuentras una vez en la vida, para mal.
Pero de pronto desapareció, como si se lo hubiese tragado la tierra, y en torno a eso se generó una gran leyenda.
Esa noche, cuando llega a casa, ve que Sue está aún despierta y le pide que le enseñe a jugar al billar. Lo dejan cuando escuchan a Jill llorando en el piso de abajo, escuchando la niña pegando su oreja contra el suelo antes de retirarse.
Jill llora mientras habla por teléfono y le cuenta a Ahira lo de la enfermedad de su hermano y le pide que hable con él para facilitar las cosas.
La niña sorprende a Juan tirado en el suelo, escuchando la conversación, como antes hizo ella cuando la oyeron llorar, aunque ella le dice que no dirá nada.
Al día siguiente Jill va a ver a Ahira, una mujer india que asiste a Robert.
Jill resume los últimos acontecimientos. Le cuenta que de pronto Sue creció y empezó a hacer preguntas, y Robert ha vuelto, Alfred enfermó y llegó un español a su casa, aunque, le dice, no hay nada entre ellos.
Pero Ahira cierra los ojos y lo describe. Dice que es un joven de 32 años, moreno, atractivo y que está enamorado de ella aunque no lo sabe, y le pide a Jill que cuando se dé cuenta le pide que no lo rechace, pues la hará muy feliz.
Ahira le cuenta que le basta ser parte de la vida de Rylands, que, desde que ha vuelto, le ha dado por recordar.
Jill encuentra en la biblioteca un libro que esconde dentro una pistola.
Jill le pregunta si Robert se acuerda de ella, diciéndole Ahira que a quien de verdad recuerda es a Alfred.
Sale a navegar con Robert cuando llega, preguntándole este si su hija es lista, respondiéndole que sí, tras lo que le muestra una foto.
Le dice que está segura de que sabía que estaba embarazada y por eso desapareció, no entendiendo que en todo ese tiempo no llamara ni escribiera, no habiéndose preocupado de enterarse ni siquiera de cómo se llama.
Robert le dice que fue ella la que lo echó de allí porque lo quiso todo. Él se dio cuenta de que se había enamorado y quería más y más, no dándose cuenta de que su vida le pertenecía a Alfred.
Ella le dice que nunca lo dijo, diciendo él que Alfred lo sabía, y un pecado inútil se convirtió en su exilio.
Jill le cuenta entonces que Alfred se muere, diciendo él que sabía que algo malo llegaba con ella.
Le pide que sea generoso y que vaya a verlo antes que deje de ser capaz de reconocerlo, aunque él cree que nunca le perdonará, pidiendo ella que le dé una oportunidad, pues quiere perdonarle y puede concederle una alegría.
Le cuenta a Archdale que, sin saberlo, regresó para reconfortar a un moribundo, y, aunque antes pensó en que quería olvidarse de todo, luego quiso saberlo todo sobre Alfred y su enfermedad y sobre Jill y Sue.
Asegura que la noticia de que Alfred se moría llenó de sentido su regreso.
Juan le pregunta a Jill por qué no entra nunca en su habitación, contándole que hace días que su hermano no va por clase, diciendo ella que estará ocupado, a lo que Juan apostilla que, sobre todo desde que apareció Rylands, que parece un falso profeta, aunque ella le pide que no haga caso de las cosas que se dicen sobre él.
Juan le da a entender que sabe que Alfred está enfermo y le pregunta por qué no se fía de él, pidiéndole ella que no se meta donde no le importa, aunque después del exabrupto, y cuando él se va a marchar lo llama y le cuenta que Alfred está muy enfermo y que no hay nada que hacer, por lo que le pide ayuda, echándose a llorar mientras él la abraza y trata de consolarla.
Él sabiendo que la niña escucha arriba tirada en el suelo, pone la música muy alta.
La niña, arriba, se asoma a la ventana, viendo a Rylands, que en ese momento pasa con su barco frente a ella, murmurando para sí que es igual que su madre.
Juan y Alfred se emborrachan y, mientras el primero empuja la silla del segundo bromean, e incluso cantan el "Asturias patria querida".
Mientras le cuenta a Juan una historia sobre un nogal negro, sobre el que hay una leyenda, escucha tras él a Rylands diciendo que es una historia ridícula y falsa, dándose cuenta en ese momento de que no está Juan, al que llama traidor, no pudiendo hacer nada por deshacerse de Rylands debido a su estado, siendo este el que le empuje.
Escondidos, Juan y Jill los observan alejarse mientras Alfred despotrica contra Juan al que asegura que le romperá la cabeza, diciendo Jill que han hecho lo que debían.
Robert lleva a Alfred hasta su casa, asegurando Alfred que en tantos años no volvió a ver ese lugar, aunque sonríe al ver a Ahira asomándose a la ventana, diciéndole Robert que no la decepcione.
Le pregunta qué quiere que haga, diciéndole Robert que quiere que se quede, pues ese es su lugar, diciéndole Alfred que ha tardado toda la vida en decírselo, diciéndole él que todavía queda tiempo.
Esa noche Jill va a buscar a Sue a la habitación de Juan y cuando la envía a la cama él le dice que si se atreve a dar un paso más estará dentro.
Ella se atreve finalmente a entrar y cierra la puerta y comienzan a besarse, asegurando Juan que Sue no aparecerá pues sabía antes que ellos que se querían.
Entretanto Alfred se instala con Ahira, que le canta una vieja canción india de su infancia que cantaba para espantar a los malos espíritus y defiende a Robert, que, dice, es la persona con más encanto aunque asegura que se cree más débil, ignorante y pobre, pero va por el mundo como si fuera un dios y ese es su encanto.
Ve que incluso mandó buscar sus cosas para que se instale allí con él.
Ella le dice que sabe que en todos esos años no dejó de acordarse de él un solo día, aunque una sola vez preguntó si pensó que se acordaría de él, a lo que ella le respondió que era hora de regresar y averiguarlo.
Él dice que ha llegado justo a tiempo para no perderse su entierro, diciéndole Ahira que no esperaba que guardara tanto rencor dentro de él, pues cuando se marche, Rylands será solo una oscura sombra.
Él le dice que no sabe si será capaz de soportarlo y asegura que habrá un momento en que no será ya capaz de mirarlo.
Robert escucha consternado sin que Alfred sepa que lo hizo, bajando como si no hubiera estado allí y los llama desde afuera a gritos.
Les cuenta a los policías que Ahira supo de la enfermedad de Alfred antes de volver y está convencido que antes de que lo supiera el propio Alfred, aunque nunca habló de regresar hasta una noche en que le dijo que algo iba a suceder y que él debía estar allí y que Alfred se moría de saberse enfermo, no del tumor.
Paseaba con él por el parque, empujando su silla y Alfred le contó que iba a ser el cumpleaños de su hija, decidiendo Robert celebrar una fiesta.
Le asegura que no piensa acercarse a Jill, pero cree que Juan si lo piensa, y se siente un poco celoso, aunque le consuela saber que su aventura durará lo que el curso.
Alfred le pregunta si realmente no sabía nada de Sue y cree que miente.
Robert vuelve a decirle que nunca le dirá a Sue que es su padre.
Celebran en efecto su décimo cumpleaños, al que invitan a Abraham y a Hume, el rector.
Sue recibe el regalo de una pequeña mesa de billar, que adivina que le regaló Robert.
Sue trata de explicarle a Jill cómo se juega, viendo que ya sabe, por lo que pregunta si le enseñó su tío, aunque luego le dice a Juan que sabe que fue él.
Pero cuando ella sale, Juan le dice que sabe que en realidad la enseñó Rylands, y le pregunta si tendrá tiempo también para enseñar a jugar a su hija, mostrándole que conoce su secreto.
Jill le confirma que es el padre, en efecto, aunque le dice que debe callárselo mientras viva, o no volverá a tocarla.
Alfred le pide a Robert que le prometa que nunca dirá a la niña que es su padre, diciendo él que nunca volverá a prometer algo que no esté seguro de poder cumplir, preguntándole Alfred si alguna vez le interesará lo que les ocurra a los demás, asegurando él que nunca.
Alfred recuerda que siempre le gustó que fuera tierno con él y ahora le toca a él, diciéndole que por la soberbia que él le enseñó no puede decir nada del dolor, pero que está allí y por una vez hará lo que él le diga, que será generoso y valiente y hará lo que él quiere que haga.
Y lo hará.
Un día Rylands le dice que van a ir a pescar, y le pregunta si será capaz de levantarse, diciendo él que lo hará pese a tenerlo prohibido.
Abajo Sue le entrega a Ahira el botón que encontró en el bosque de Stantongood y Ahira le cuenta que es de una chaqueta que ella le compró a sus padres muchos años atrás, diciendo la niña que su padre murió antes de que ella naciera.
Ahira le pregunta si sabe guardar un secreto, contándole tras ello que su padre es el hombre que le regaló el billar, al que ven desde la ventana caminando junto a Alfred hacia su barco, bajo la lluvia, viéndolos partir Ahira, que llora.
Coge el libro donde guardaba la pistola, viendo que esta no está allí y en su lugar coloca el botón de su chaqueta.
Se escucha un disparo en la noche.
Una barca de la policía llega con Archdale a un lugar donde le espera, junto a otros agentes, su joven ayudante, que le muestra el cadáver de Alfred.
Le pregunta a Rylands cómo ocurrió, diciendo él que como Alfred quiso, sin testigos, pues él quería decidir su propia muerte y cumplió con su deseo.
Archdale le pregunta por qué tardó 12 horas en aparecer, preguntándole él por qué no fue a detenerle, respondiéndole que sabía que iba a ir.
Le cuenta que fue con la pistola que él mismo le regaló y luego dejó el cuerpo a la orilla del río como él quiso.
Archdale le recuerda que eso fue asesinato, e insiste en preguntarle por qué tardó 12 horas en ir, diciendo que no se lo contará, que lo importante es que está allí.
El comisario recuerda que son amigos desde hace muchos años, asegurando que le visitará en la cárcel cuando sube al coche que lo lleva a prisión, diciéndole Archdale que ojalá no sea ese su último viaje.