El último
Der Letzte Mann (1924) Alemania
También conocida como:
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"La última carcajada" (Hispanoamérica)
Duración: 87 min.
Música: Giuseppe Becce
Fotografía: Karl Freund
Guion: Carl Mayer
Dirección: Friedrich Wilhelm Murnau
Intérpretes: Emil Jannings (Portero), Maly Delschaft (Su sobrina), Max Hiller (Novio de la sobrina), Emilie Kurz (Tía), Hans Unterkircher (Gerente del hotel), Georg John (Vigilante nocturno), Olaf Storm (Joven invitado), Hermann Vallentin (Invitado gordo), Emmy Wyda (Vecina delgada).
"Hoy eres admirado por todos, un ministro, o incluso un príncipe, pero ¿sabes lo que serás mañana?"
En el hotel Atlantic entran y salen constantemente numerosos clientes de postín, acompañándolos el portero, un hombre ya mayor que pese a la persistente lluvia debe salir a recibirlos o a despedirlos con su paraguas, debiendo cargar además con sus pesadas maletas.
Tras cargar con una de ellas se toma unos minutos de descanso, siendo visto en ese momento por su jefe que anota algo sin fijarse en que el portero continúa tras ello con su trabajo con la misma fuerza y dedicación.
Por la noche el portero regresa a su humilde barrio, donde todos le saludan con su respeto al verle con su elegante traje de portero que parece un uniforme militar.
Al día siguiente cuando amanece y la gente empieza a salir para ir al trabajo y las mujeres sacuden sus alfombras, la sobrina del portero sacude el uniforme de su tío antes de sacar del horno las tartas que ha preparado para su boda de esa tarde.
Como cada mañana el portero regresa feliz y orgulloso hacia el hotel, encontrándose cuando va a llegar allí con que hay otra persona en la puerta con el mismo uniforme y realizando su cometido, no pudiendo entender nada al verlo.
En la oficina del gerente del hotel, este le entrega una carta en la que le comunican que, dejará su puesto como portero debido a su decrepitud, aunque, en atención a sus muchos años de servicio le proporcionarán otro empleo más tranquilo.
El hombre protesta por la decisión, aunque el gerente no le hace caso, por lo que, tratando de demostrar que no está decrépito trata de cargar con una pesada maleta que se le cae, pues realmente carece ya de fuerza, siendo desposeído tras ello del elegante traje del que tanto presumía.
Entretanto, en su barrio los vecinos ven llegar a su sobrina tras casarse, junto con sus invitados.
Y mientras tanto él es dirigido por la gobernanta a un armario del que, tras entregarle su nuevo uniforme, una chaquetilla blanca, saca un montón de toallas que le entrega para que las lleve hasta su nuevo puesto en los servicios del hotel.
Tras la boda todos le esperan, pero él sale ya tarde del, hotel y con gran sigilo para evitar que vean que se llevó su uniforme.
Con este puesto, llega a su casa, como cada día, siendo recibido por su feliz sobrina vestida de novia con su nuevo marido, ya borracho, haciendo que entre en casa donde los invitados fuman, beben y bailan felices, brindando por él.
La fiesta acaba tarde y los invitados se marchan muy borrachos, como el propio antiguo portero, al que la habitación comienza a darle vueltas mientras en la calle otro de los invitados, toca la trompeta con la que antes amenizó la fiesta, quedándose dormido mientras la escucha, la sonrisa en su cara mientras sueña que sigue siendo recepcionista y que él solo puede cargar con un enorme baúl con el que no podían cargar 6 personas, dejando a todos asombrados por su fortaleza., siendo la admiración de todos los clientes del hotel cuando lanza el baúl al aire y vuelve a recogerlo, aplaudiéndoles todos.
Finalmente lo despierta la tía del novio con el café, debiendo vestirse, aun resacoso, cosiéndole su mujer los botones que el día anterior le arrancaron, tras lo que sale de nuevo con su uniforme, viendo cómo todos le saludan con respeto, aunque le parece ver que algunas vecinas se burlan.
Cuando se acerca al hotel se queda parado al ver al nuevo portero y al recordar de golpe su nueva condición, por lo que va hasta la estación, dejando su traje en consigna antes de regresar al trabajo, donde se cuela tratando de que nadie lo vea, estando tan cansado tras la fiesta de la noche anterior que se queda dormido.
La tía decide feliz ir a darle una sorpresa llevándole la comida, aunque es ella quien se lleva la sorpresa al ver que el portero es otra persona.
Cuando le avisan de la llegada de la visitante él se siente fatal, y más cuando ve que esta sale corriendo tras verle de esa guisa, siendo tal su disgusto que no es capaz ya de atender bien a un clientes cuando le pide las toallas o que le cepillen la ropa o los zapatos, por lo que indignado el hombre va a avisar al encargado.
La mujer regresa a su casa muy disgustada, saliendo su vecina al oírla llegar y pegando su oído a la puerta, enterándose así de lo ocurrido cuando la mujer se lo cuenta a la sobrina.
La vecina de inmediato da cuenta de lo escuchado a otra vecina, riéndose ambas, uniéndose luego otras vecinas, que tratan de disimular cuando salen la mujer y la sobrina, aunque para entonces ya se ha corrido la voz entre todo el vecindario, riéndose todo el mundo conociendo los aires que se daba.
Él, afligido, es incapaz de reaccionar en su puesto de trabajo, y cuando termina su jornada regresa a la consigna de la estación y recoge su traje.
En el barrio todos los vecinos están alerta esperando su llegada, yendo él con gran sigilo pese a ir, como siempre, con su uniforme, pues no sabe lo que le espera, aunque cuando ve que un hombre lo saluda como siempre parece aliviado, y aunque continúa tratando de no llamar la atención todo el mundo sale a las ventanas y a las puertas y se ríen de él y de sus aires de grandeza, estando expectantes todos sus vecinos del rellano cuando le ven entrar.
Como no hay nadie en su casa sube al piso de su sobrina, aunque duda antes de llamar, viendo tras hacerlo cómo nadie le abre.
La vecina siente lástima y trata de abrirle, impidiéndoselo la tía, aunque será finalmente el marido de la sobrina quien le abra, aunque trata de cerciorarse de que no los ve nadie antes de hacerle entrar.
Pero, al enfrentarse a la vergüenza de su degradación el hombre decide marcharse mientras su sobrina llora angustiada.
Regresa al hotel, donde, sorprendido por el vigilante nocturno le entrega el uniforme mientras llora amargamente, decidiendo el vigilante devolver el traje sin contar nada, mientras el antiguo portero baja hasta el servicio donde trabaja ahora, donde se sienta en su silla para dormir allí derrotado mientras el vigilante nocturno, apiadándose de él le echa su abrigo por encima para que no coja frío.
Allí debería marchitarse interminablemente el resto de su vida.
Pero el autor se apiada de él y le da una oportunidad de las que, lamentablemente no se producen en la vida real.
En los periódicos sale una noticia: "Una herencia sensacional" que los ricos que pueblan el hotel Atlantic leen regocijados, al ver que la noticia trata de la muerte de un multimillonario mexicano en los aseos del hotel Atlantic mientras se lavaba las manos, descubriendo entre sus papeles un testamento en que nombraba heredero universal de su inmensa fortuna a aquel en cuyos brazos muriera.
Se cumple así la promesa bíblica de que los últimos serán los primeros, ya que el afortunados es el hombre que ahora más atenciones recibe en el fabuloso comedor del hotel, y que mejor comida recibe, y que es el antiguo encargado de los servicios del hotel, que ahora brinda con champán y come todas las exquisiteces que ponen a su alcance, recibiendo además en su mesa, al, ahora también elegantemente vestido, portero nocturno, abrumado ante su nueva situación, y al ver que puede disfrutar también de todas las exquisiteces que su amigo le proporciona.
El gerente del hotel debe agasajar ahora al hombre que humilló, no pudiendo evitar el antiguo vigilante nocturno ponerse de pie aun con temor ante él, no teniendo todavía consciencia de su nuevo estatus.
Con su magnífico puro el antiguo encargado de los servicios va saludando a todos los empleados desde su nueva posición, acudiendo él mismo a los servicios, donde ahora es atendido por otro hombre, también mayor, que ocupa ahora su puesto y al que abraza y besa, entregándole una cuantiosa propina para asombro del hombre, al que le entrega uno de sus puros.
Y cuando entra otro cliente será él y no el encargado quien le atienda, recordándole al cliente que debe dejar una buena propina, para agradecimiento del encargado.
Y tras la comida les espera fuera un elegante coche de caballos, al que subirá tras entregar a sus antiguos compañeros una generosa propina.
Y cuando un indigente se acerca a pedir limosna, no solo no permite que el nuevo portero lo eche, sino que le hace subir en su carroza con ellos, alejándose felices.