Bienvenido Mister Marshall
España (1952)
Duración: 78 min.
Música: Jesús García Leoz
Fotografía: Manuel Berenguer
Guion: Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem y Miguel Mihura
Dirección: Luis García Berlanga
Intérpretes: Pepe Isbert (Don Pablo), Lolita Sevilla (Carmen Vargas), Manolo Morán (Manolo), Alberto Romea (Don Luis), Elvira Quintillá (Señorita Eloísa), Luis Pérez de León (Don Cosme), Félix Fernández (Don Emiliano), Fernando Aguirre (Geronimo), Joaquín Roa (Julían), Nicolás D. Perchicot (Boticario), José Franco (Delegado).
Mientras un pequeño autobús llega a Villar del Río, indica el narrador "érase una vez un pueblo español, un pueblecito cualquiera. Y sucedió que una mañana, precisamente esta mañana…"
Aunque antes de seguir decide que nos familiaricemos con el pueblo, presentándonos a sus habitantes y costumbres aclarándonos que es un pueblo sin nada particular.
Comenzamos por la propia plaza, donde tienen lugar los acontecimientos más importantes, los bailes, los mercados, las corridas de toros y las noches de luna, y en medio de ella, su fuente, su iglesia y el ayuntamiento, con balcón incluido, la escuela, donde tienen un mapa donde todavía existe el Imperio Austrohúngaro, y el café que es también gran casino, fonda universal, cabaré y estación de autobuses.
En su pizarra anuncian el debut de Carmen Vargas, estrella de la canción andaluza.
El autobús enlaza Villar del Campo, que tiene ferrocarril y Villar del Río, que no lo tiene.
Conocemos luego a algunos vecinos, como Genaro, el conductor del autobús, que aprendió a conducir en un tanque en la guerra.
Don Pablo, que está muy sordo, es el dueño del café, de la fonda, del autobús y de medio pueblo, y, además, es alcalde.
Por ello va a esperar personalmente a Carmen Vargas, que llega con su pequeña orquesta y con Manolo, su representante y pianista.
Conocemos también a José, el cartero, Don Cosme, el cura, la señorita Eloísa, la maestra, y a Don Luis, que vive en la casa de mayor abolengo, un antiguo hidalgo, sin mancha y sin dinero y que siempre está esperando una carta que nunca llega.
La barbería es el local social del Villar del Río Fútbol Club que aspira a ascender al primer grupo de la segunda clase de la tercera categoría subregional y que preside el boticario, y donde afeitan a Don Emiliano, el médico, al que el fútbol no le interesa, pero que, como los demás sale cuando pasa el alcalde con su carro y con Carmen, a la que, antes de ir a la fonda, le enseña el pueblo.
Conocemos también a Doña Raquel y Doña Matilde, las cotillas del pueblo, junto con Pedro, el dueño de la mercería.
También conocemos a Gerónimo, el secretario del ayuntamiento y a Julián, el pregonero, y nos habla de Juan y Rafael, que están en el campo.
Es primavera y son casi las 11 de la mañana cuando, de pronto el pausado ritmo del pueblo se ve alterado por una sirena, apareciendo un coche oficial escoltado por dos policías, saliendo del coche un hombre trajeado precedido de otros tres hombres con carteras, que se dirigen al ayuntamiento.
Gerónimo sale alterado, indicando que es el Delegado General y debe buscar al alcalde.
Todo el pueblo parece alterado ante la presencia del Delegado, haciendo Don Cosme sonar las campanas.
Un hombre alecciona a sus hijos para que digan que la cosecha ha sido mala, tratando la gente de ocultar a sus animales.
Ignorante de su presencia, y contradiciéndolo, el alcalde les cuenta a Carmen y a Manolo que tuvieron una buenísima cosecha ese año.
Gerónimo logra alcanzarlo en una bicicleta, pese a ir siguiéndolo un perro todo el rato.
Al ver al Delegado, el alcalde le asegura que está todo en orden, aunque, dice, la cosecha no fue tan buena como esperaban por el pedrisco.
El hombre le dice que está visitando todos los pueblos para anunciarles algo bueno, preguntando Don Pablo si es el ferrocarril que les prometió años atrás, diciéndole que no es eso, pero tiene relación, pues anuncia la visita de unos amigos, los americanos del norte, y, en concreto, los delegados para España del programa de recuperación europea (European Recovery Program), más conocido como Plan Marshall.
Y como pasarán por allí le pide prepare un buen recibimiento para que queden satisfechos, haciendo una fiesta - no dándoles una limonada como sugiere el alcalde - con fuegos artificiales, niños con banderitas, y que hable él desde el balcón del pueblo, aunque sin preocuparse demasiado, pues solo hablan inglés y no le entenderán.
Se despide diciendo que lamenta que la cosecha fuera mala mientras mira los sacos de grano almacenados en el propio ayuntamiento.
Por la noche el café está abarrotado para ver la actuación de Carmen Vargas, y a la finalización Manolo habla con el alcalde al que le cuenta que él conoce a los americanos mejor que nadie, pues estuvo 15 años en Boston organizando espectáculos internacionales, por lo que, si le hace una oferta, le organiza el recibimiento de tal modo que el Delegado le llenará de condecoraciones y el pueblo creerá que llegaron los Reyes Magos de los regalos que les harán.
Todos hablan del asunto, y mientras que Don Cosme se plantea si no habrá planes ocultos tras los regalos, Don Luis asegura que los americanos son indios y recuerda que se comieron a varios de sus antepasados, y luego arrebataron Cuba a los españoles, por lo que asegura que no cogerá nada que venga de los yanquis, ante el boticario.
La señorita Eloísa ilustra, primero a sus alumnos, y luego al resto del pueblo, sobre los Estados Unidos, teniendo a Pepito, el empollón de la clase como apuntador, bajo la mesa para apoyarla cuando se atranca con algún dato, indicándoles que son los mayores productores de muchos minerales y animales, apareciendo Don Cosme, que les dice que son también los mayores productores de pecados, con 49 millones de protestantes, 400.000 indios, 200.000 chinos, 5 millones de judíos y 13 millones de negros, por lo que hay muchas almas que salvar, pues en un año hubo 1 millón de divorcios, 7.000 asesinatos, 17.000 violaciones, 80.000 atracos y 60.000 robos.
Y antes de la película del Oeste, pueden ver en el NO-DO un reportaje en que hablan de las ayudas del plan Marshall, indicando que en Francia recibieron en esos meses 5.000 tractores, 10.000 jeeps, 100.000 toneladas de trigo y 80 locomotoras.
Cuando salen del cine, tras ver la película del oeste, la gente sueña con lo visto.
Al día siguiente, y mientras se celebra un baile en la plaza, se escuchan de pronto pitidos, y comentan que son los americanos, viendo un tractor lleno de banderas americanas y detrás una apisonadora también con banderas estadounidenses y adornada con flores, sorprendiéndose, pues nadie les avisó de que llegaban ya.
El alcalde pide silencio y comienza a dar un discurso, burlándose de él los de la apisonadora, que ven que son españoles y que le dicen que ellos solo están arreglando las carreteras para cuando lleguen los americanos, y que llevan sus vehículos de gala por si llegan y los alcanzan y les dicen que ya están todos los pueblos preparados, aunque les dicen que lo llevan muy en secreto y les aconsejan que no pierdan el tiempo.
Nervioso, el alcalde convoca una reunión urgente para que aporten ideas.
Proponen colgaduras, un arco triunfal, fuegos artificiales, carreras de sacos, tómbolas, tirar flores, iluminar la fuente… pero siempre hay alguno que se opone.
El alcalde decide entonces recurrir a Manolo, que dice, conoce Boston como la palma de la mano y encargarle la organización del evento, ya que conoce sus gustos.
Deciden hacerlo así, aunque con la oposición de Don Luis, que se niega a cualquier clase de recibimientos.
Carmen vuelve a actuar, pero se siente muy molesta al ver que Manolo y el alcalde se van en medio de su actuación.
Manolo le asegura que, si le hacen caso, los americanos se quedarán allí al menos cuatro días, dejándose cuantos dólares lleven y regalando muchas cosas a la gente.
Don Pablo se va con Manolo a la capital, donde asegura, le fiarán lo que necesita.
De vuelta de la capital, van en el autobús un poco borrachos y ensayando una canción de homenaje a los americanos.
Cuando llegan, Gerónimo corre a avisarle de que hay un hombre que lo espera con impaciencia, diciéndole, cuando lo ve que tiene un mensaje del Delegado. Que en dos días llegarán los americanos y no han preparado nada, preguntándose qué impresión se llevarán los americanos, pues en los demás pueblos construyeron arcos florales, blanquearon las casas, pusieron colgaduras, y convirtieron en luminosas sus fuentes, por lo que asegura que informará al delegado, aunque el alcalde ríe.
Poco después, la gente del pueblo, vestida con trajes regionales andaluces se reúne en la plaza del pueblo, donde Don Pablo da su discurso en el que se enreda constantemente sin poder decir nada coherente.
Manolo les dice que el Delegado prometió un regalo al que mejor reciba a los americanos, y dice que él, que conoce muy bien a los americanos, esas mentalidades nobles, pero infantiles, sabe que conocen a España a través de Andalucía.
Les dice luego que al día siguiente harán el ensayo general y que ya pueden ir pensando en lo que van a pedirles, porque pasarán allí mucho tiempo gastándose dinero.
Todos parecen entregados menos Don Luis, que irrumpe diciéndoles que son unos mamarrachos que se disfrazan para halagar a los extranjeros mendigando un regalo y pregunta de dónde salió el dinero para todo eso, asegurando que de los bolsillos de todos los contribuyentes y que van a hacer el indio ante los indios.
El alcalde les dice que no salió nada de la caja municipal. Que todo es un crédito de su amigo Manolo y que lo pagarán cuando vayan los americanos, y terminan con un grito de ¡Viva Andalucía!
En pocas horas convierten las calles del pueblo en un reflejo de una Andalucía de cartón piedra, encalando sus casas y desplegando pancartas de bienvenida.
Recrean patios andaluces, en los que colocan banderas americanas, e incluso colocan una cabeza de toro de adorno, aunque tras la pared se encuentra el toro completo.
Las calles son movibles, y hay músicos tocando la guitarra por las calles y hombres haciendo la corte a mujeres tras la verja.
Algunos hombres ensayan el toreo y Carmen enseña a las mujeres a bailar sevillanas y colocan a un vecino para que gire manualmente las manecillas del reloj.
Al día siguiente los convocan para el ensayo del recibimiento, por lo que todos dejan sus tareas para concentrarse en la plaza.
Los niños preceden al autobús, en el que supuestamente van los americanos y en que llega Manolo, recibido por todo el pueblo, concentrado en la plaza.
Luego, precedido por la banda, se realiza un pasacalles en que entonan la canción creada expresamente para el recibimiento y que canta Carmen, cantando todos el estribillo mientras desde los balcones se les tiran pétalos y confeti.
Luego los 1.642 habitantes hacen una enorme cola en la plaza y cada uno de ellos dice lo que espera que le regalen los americanos, aunque con muchas dudas de qué pedir.
Solo hay un hombre que no ha pedido nada, Don Luis, aunque duda un momento.
Todos se van a dormir meditando si lo que pidieron es lo que necesitan.
Don Cosme sueña que está en Semana Santa, pero de pronto los nazarenos se transforman en miembros del Ku Klux Klan, que le llevan ante el Comité de Actividades Antiamericanas, que le leen lo que dijo de los americanos acusándolos de pecadores y que lo declaran culpable, viendo que van a ahorcarle, despertándose entonces.
Don Luis se duerme sentado y su pesadilla le lleva a una carabela con la que partirá hacia América como conquistador, aunque al llegar a las nuevas tierras es recibido por los indios nativos. Deja que le agasajen, aunque, lo que hacen es meterlo en una olla.
El alcalde sueña que es sheriff en un pueblo del oeste y como tal llega al Salón donde las bailarinas entretienen a los vaqueros, mientras otro grupo de personas juega a las cartas y sacan sus pistolas cada vez que discuten.
Él se muestra como un tipo duro que bebe whisky y que se quita de encima a la señorita Eloísa, cuando trata de conquistarlo.
De pronto unos disparos alteran a los asistentes, entrando un bandido - Manolo - cuyo cartel de "se busca" cuelga en la pared, tras matar a varias personas.
El hombre, que llega con sus secuaces, arranca el cartel y lo rompe.
También él pide un whisky al otro extremo de la barra y empuja un vaso hacia el alcalde, que le devuelve otro.
Empiezan a enviarse los vasos de un extremo al otro de la barra, hasta que otro cliente coge el vaso y se lo bebe.
Tras ello el bandido y el alcalde empiezan a caminar el uno hacia el otro y luego al juntarse giran sobre sí mismos sin llegar a nada, volviendo de nuevo a la barra.
Para cortar la tensión sacan a Carmen, vestida como una cantante típica de salón del oeste, pero cantando una copla andaluza.
Para verla mejor, el sheriff echa a unos jugadores de su mesa, echando Manolo y sus secuaces a otros jugadores para sentarse también en otra.
Cuando Carmen baja del escenario y se pone cariñosa con el alcalde, enfadado, Manolo se levanta y dispara, volándole el sombrero, lo que hace que se genere una pelea masiva en el local, volando mesas, sillas y botellas.
Un disparo del forajido, Manolo, acaba con el sheriff, que cae junto a Carmen, abrazándose al hacerlo a sus piernas, aunque cuando despierta está en realidad agarrado a la pata de la cama.
Juan, que no para de trabajar y al que despiertan a menudo alguno de sus hijos, sueña que está arando en el campo cuando escucha un avión en que viajan los Reyes Magos, que dejan caer, con un paracaídas, un tractor, en que sube con su familia arrastrando el paracaídas, que se despliega tras ellos.
Desde el campanario, al día siguiente, uno de los vecinos alerta de la llegada de los americanos, por lo que se preparan todos como en el ensayo del día anterior.
Pepito, el empollón, empieza a leer un discurso de bienvenida en inglés.
Pero llega, a toda velocidad un coche, precedido por dos motoristas, que no para, y se quedan desconcertados, aunque luego escuchan que llega otra moto y otro coche, que también pasa de largo, y lo mismo sucede con toda la retahíla de coches, que dejan solo una enorme polvareda.
Al día siguiente comienzan a desmontarlo todo, pero no están tristes por lo de los americanos, se les ve felices, pues llueve, y con esa agua van a crecer muchas cosas, como la esperanza.
Entretanto, deberán pagar entre todos, y sin echar la culpa a nadie, lo que se gastaron, contribuyendo todos los vecinos, algunos con dinero y otros en especie.
Nadie guarda rencor y nadie está triste.
Carmen y Manolo se despiden del pueblo antes de subir al autobús. Ellos sí están un poco tristes, pues se habían encariñado con el pueblo y él también colabora entregando una sortija de oro que le regalaron en Boston.
Don Pablo entrega el aparato contra la sordera, otros contribuyen con patatas, leche, pan, incluso don Luis, colabora entregando la vieja espada con que peleó en América alguno de los antepasados a quien se comieron los indios.
Van tirando los falsos sobreros cordobeses de cartón, mientras la acequia se lleva los restos de las banderas, y Manolo y Carmen dejan el pueblo y Villar del Río vuelve a ser lo de siempre, un pueblecito cualquiera.
A veces pasan cosas, pero luego sale el sol, todo brilla y vuelve a repetirse, el humo es otra vez tranquilo, las mujeres cosen en silencio y las vacas rumian.
Ahora hay sol y hay esperanza. Suena la campana y un hombre que trabaja levanta la cabeza y descansa o sueña, mirando hacia el cielo, porque, en definitiva, ¿quién es el que no cree en la Reyes Magos?
El hombre saluda al autobús con la folclórica y su representante cuando se alejan.