300: El origen de un imperio
300: Rise of an Empire (2013) * USA
También conocida como:
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"300: El nacimiento de un imperio" (Hispanoamérica)
Duración: 102 min.
Música: Junkie XL
Fotografía: Simon Duggan
Guion: Zack Snyder, Kurt Johnstad (Cómic: Frank Miller)
Dirección: Noam Murro
Intérpretes: Sullivan Stapleton (Temístocles), Eva Green (Artemisia), Lena Headey (Reina Gorgo), Rodrigo Santoro (Jerjes), Andrew Pleavin (Daxos), Jack O'Connell (Calisto), Hans Matheson (Esquilo), Callan Mulvey (Escilias), Andrew Tiernan (Efialtes), David Wenham (Dilios), Yigal Naor (Darío I), Andrew Pleavin (Daxos), Gerard Butler (Leonidas), Ben Turner (General Artaphernes).
Tras la muerte de Leónidas, que resistió valientemente en la batalla de las Termópilas, contra el potente ejército persa, que venció a los espartanos debido a la traición del jorobado Efialtes, la Reina Gorgo les cuenta a los espartanos que Atenas ha sido reducido a cenizas por Jerjes, recordando que todo empezó 10 años antes debido a un resentimiento.
Entonces tuvo lugar la batalla de Maratón, en la que el general ateniense Temístocles, con una audacia admirable decidió atacar al potente ejército del rey Darío de Persia que pretendía acabar con la democracia griega llegando hasta sus costas llevando el triple de hombres de los que disponían los defensores, pese a lo cual, los atenienses, comandados por Temístocles atacaron a los persas nada más llegar a sus costas y antes de que estos pudieran plantar sus campamentos, luchando cuerpo a cuerpo de manera formidable, lanzando el propio Temístocles una flecha que acabó con el rey Darío, frente a los ojos de su hijo Jerjes, asegurando Gorgo que el error de Temístocles fue acabar con Darío en vez de matar a Jerjes.
En su lecho de muerte, Darío, conocedor de la debilidad de su hijo, le pide a este que no tome represalias contra los griegos, a los que, afirma, solo los dioses pueden derrotar.
Darío confiaba más que en su hijo en Artemisia, la comandante al mando de las fuerzas navales persas, la cual, tras los 7 días de duelo de este lo convence diciéndole que las palabras de su padre eran un reto reuniendo a sacerdotes y magos, que le convencen de que el puede ser un Dios, enviándolo tras ello a vagar por el desierto hasta que finalmente llega a una cueva de ermitaños en cuyas aguas se baña para luego emerger totalmente cambiado, habiéndose reencarnada en un Dios.
Antes de su regreso Artemisia se encargó de acabar con todos sus consejeros y aliados anteriores, por lo que, a su regreso decidió declarar la guerra a Grecia.
Entonces Temístocles consiguió convencer a los consejeros partidarios de negociar una tregua, de que dicho acuerdo supondría el fin de la democracia, consiguiendo además que le proporcionen una flota, saliendo tras ello hacia Esparta esperando convencer a Leónidas para que se uniera a ellos.
Habla con la reina Gorgo que le informa que también los persas enviaron emisarios para pedirles que se unieran a ellos a cambio de tierra y agua, aunque ni Persia, ni la unidad de las ciudades estado griegas tienen importancia para los espartanos, que rechazan enviar sus tropas tras la negativa del oráculo y los sacerdotes, no pudiendo por ello los espartanos reunir un ejército, partiendo Leónidas a una misión suicida con solo 300 de sus hombres en las Termópilas.
Mientras Jerjes sale a enfrentarse a Leónidas, Artemisia se hace a la mar, siendo llevado un preso ante ella, que les dice a los persas que aunque deseen enfrentarse a los griegos, su comandante es también griega, ante lo que ella con sus propias manos le corta la cabeza, dirigiéndose tras ello a uno de los soldados de su nave al que asegura que no conoce, y que por tanto es un espía, el cual logra huir de los ataques de los persas lanzándose al agua.
Poco después ese hombre, Escilias, informa a Temístocles de lo que averiguó, contándole Temístocles que la familia de Artemisia fue violada y asesinada por los hoplitas cuando ella era una niña, siendo ella misma hecha prisionera, permaneciendo cautiva en la bodega de un barco de esclavos que la violaban reiteradamente hasta que, dándola por muerta la arrojaron a la calle, donde la rescató un persa.
Decidida a regresar a Grecia para destruirla, Artemisia fue entrenada por los mejores guerreros persas hasta convertirse en la mejor de ellos, convirtiéndola Darío en su comandante impresionado cuando le llevó varias de las cabezas de sus enemigos.
Temístocles, acompañado por sus lugartenientes Esquilo y Escilias decide enfrentarse, pese a lo escaso de sus fuerzas a la potente fuerza naval persa en su propio terreno, en mar abierto, viendo cómo se encuentra en su barco Calisto, el hijo de Escilias, desobedeciendo las órdenes de su padre.
Decidida a humillar a los griegos, Artemisia envía al general Bandari contra ellos, aunque sabedor de que los barcos persas son débiles por los costados, decide embestirlos con toda su fuerza mientras ellos se defienden formando un círculo, logrando de ese modo humillar ellos a los persas, que deciden retirarse tras perder 75 barcos, y quedar otros 30 irreparables, acabando Bandari en el agua por orden de Artemisia.
Al día siguiente será el general Kashani quien lidere las fuerzas persas, observando este cómo los griegos se retiran, saliendo tras ellos para caer en una trampa, al quedar sus enormes barcos encallados entre las rocas de un acantilado que no vieron debido a la niebla, saltando los griegos entonces sobre ellos, encontrándose durante la lucha Escilias a su hijo al que ve luchar duramente contra los persas, que son nuevamente derrotados, acabando Temístocles con Kashani.
Impresionada por Temístocles, Artemisia envía un emisario para pactar con él, tratando de convencerlo de que se una a su causa, sintiéndose de inmediato atraidos, por lo que acaban teniendo relaciones sexuales, pese a lo cual él rechaza su propuesta, enfureciéndola.
En su siguiente batalla Artemisia se implica personalmente, haciendo que derramen alquitrán en el agua, tras lo cual envía a combatir a su guardia personal, que nadan hacia las naves atenienses con unos artefactos cargados del mismo material a sus espaldas, lo que impide que les dañen las flechas griegas, siendo además unas bombas andantes.
Con flechas incendiarias, los persas hacen que arda el mar, hiriendo de muerte Artemisia a Escilias con sus flechas ante los ojos de Calisto, lanzando poco después otra flecha contra el depósito que uno de los persas llevaba en su espalda, y que sube al barco de Temístocles, que pide a sus hombres que lo abandonen, lanzándose él mismo al agua antes de que los barcos persas que esta vez triunfaron se retiran, dando a Temístocles por muerto, aunque este consigue llegar a la playa para ver el mar Egeo teñido de rojo por la sangre de sus hombres, viendo además cómo muere Escilias ante él tras decirle unas palabras que se niega a contar a Calisto hasta que sea el momento adecuado.
Entretanto, en tierra, también Jerjes consiguió acabar con Leónidas y sus 300, pidiéndole a Efialtes que actúe como mensajero llevando la espada de Leónidas a Atenas como advertencia de que los siguientes serán ellos.
Por su parte Temístocles lo deja con vida para que lleve el mensaje a los persas de que los griegos lucharán hasta la muerte, diciéndoles que se verán en Salamina, donde ordena que se reúnan las fuerzas griegas.
Pese a la gran cantidad de pérdidas que tuvo, Temístocles decide seguir su lucha contra los persas, esperando que el horror de su forma de actuar una a los griegos, partiendo él personalmente de nuevo hacia Esparta para tratar de conseguir que estos se unan a su lucha, para lo que entregará a Gorgo la espada de Leónidas, pidiéndole a ella que se una a su lucha para poder vengar a su esposo.
El ejército persa reduce Atenas a cenizas, burlándose de la valentía de Temístocles, cuando llega Efialtes y les informa de que la armada griega está indefensa en la bahía de Salamina, con Temístocles al frente.
Al escuchar su nombre, Artemisia, que le creía muerto decide salir a combatirlo desoyendo el consejo de Jerjes de enviar una avanzadilla para comprobar que no se trata de una trampa.
Temístocles observa desde lejos la destrucción de Atenas, echándole en cara algunos de sus hombres que se hubiera negado a negociar con los persas cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, sin tener en cuenta que los hombres que luchan junto a él no son guerreros, sino granjeros y comerciantes, ante lo que él les recuerda que son hombres libres, y que pueden por ello optar por no luchar si lo prefieren, o quedarse para poder seguir teniendo esa libertad y mantener el orgullo de morir de pie en vez de vivir de rodillas, optando todos ellos por quedarse y luchar.
Tras ello, y antes de dirigirse a la batalla final le dice a Calisto las últimas palabras de su padre, que le dijo que su hijo se había ganado el derecho a sentarse en la mesa.
Temístocles parte a la batalla convencido de que si acaba con Artemisia vencerán, mientras que esta arenga a sus hombres asegurándoles que bailarán sobre las espaldas de los cadáveres griegos y que sentirá la garganta de Temístocles bajo sus botas, dirigiendo ella personalmente esa última batalla.
Los barcos griegos chocan contra los de los persas entablándose una durísima batalla, montando Temístocles a lomos de un caballo con el que se acerca a la nave de Artemisia, donde debe acabar con numerosos guerreros de la guardia personal de ella antes de enfrentarse a ella, que le dice que es mejor como guerrero que como amante, llegando a tener cada uno de ellos su espada en el cuello del otro, negándose Temístocles a unirse ella, asegurándole que prefiere morir libre a vivir atado, aunque sea a ella.
Aparece entonces Gorgo al frente de la flota espartana, observando Jerjes desde la cima de un acantilado cómo todos los griegos se han unido finalmente frente a ellos, sin que pueda hacer nada.
Temístocles le pide a Gorgo que dé a sus hombres la orden de rendirse a lo que ella se niega, prefiriendo seguir luchando, y tratando de acabar con su rival, que es más rápido que ella, a la que le clava la espada en el estómago, hiriéndola de muerte.
Tras ello la flota espartana, con Gorgo a la cabeza, entra en acción, luchando esta codo con codo junto a Temístocles, sabiendo que unidos podrán acabar con los persas.