M, el vampiro de Düsseldorf
M (1931) Alemania
También conocida como:
- "M, el maldito" (México)
- "El vampiro negro" (Argentina)
Duración: 111 min.
Música: Edvard Grieg
Fotografía: Fritz Arno Wagner
Guion: Thea von Harbou, Fritz Lang (Personaje de Norbert Jacques)
Dirección: Fritz Lang
Intérpretes: Peter Lorre (Hans Beckert), Otto Wernicke (Inspector Karl Lohmann), Gustaf Gründgens (Schränker), Ellen Widmann (Señora Beckmann), Inge Landgut (Elsie Beckmann), Theodor Loos (Inspector Groeber), Friedrich Gnaß (Franz), Fritz Odemar (Tramposo), Paul Kemp (Carterista), Theo Lingen (Bauernfänger), Rudolf Blümner (Defensor de Beckert), Georg John (Ciego), Franz Stein (Ministro), Ernst Stahl-Nachbaur (Jefe de Policía).
Un grupo de niños juegan en la calle. Puestos en corro, la niña del centro canta una canción mientras va señalando de forma sucesiva a los niños del corro. La canción dice que el asesino llegará de negro y te rebanará con su cuchillo, quedando excluido del corro el niño sobre el que acabe la canción.
Una mujer les grita desde el corredor que dejen de cantar esa horrible canción, aunque en cuanto desaparece yendo cargada de ropa al piso superior continúan con el juego.
Le comenta a la mujer a la que le entrega la ropa, la señora Beckmann que les regañó a los niños porque ya tienen bastante con las noticias que llegan del asesino, aunque la otra mujer le dice que mientras los oigan cantar sabrán que están bien.
Al día siguiente la señora Beckmann comienza a poner la mesa cuando suenan las 12 en su reloj de cuco, al ser la hora a la que los niños salen del colegio.
Camino de su casa una de las niñas, Elsie, la hija de los Beckmann juega con su pelota, parándose ante una columna donde hay diversos carteles pegados, uno de los cuales ofrece 10.000 marcos de recompensa a quien informe sobre el asesino junto con un listado de los niños desaparecidos desde el 11 de junio.
Se le acerca entonces un hombre que le dice que su pelota es muy bonita y le pregunta cómo se llama, respondiendo ella que Elsie Beckmann.
Mientras termina de preparar la comida su madre ve que son ya las 12'20, escuchando entonces unos pasos de niños en la escalera y abre la puerta, aunque ve que con los dos niños que suben no está Elsie, mostrándose preocupada.
El hombre que hablaba con Elsie le compra a un ciego un globo para la niña.
Llaman a la puerta y la señora Beckmann va a abrir aliviada hasta que ve que no es su hija, sino a un hombre que vende una novela por entregas y que no ha visto a su hija.
La mujer vuelve a asomarse a la escalera y grita el nombre de la niña sin éxito, haciendo lo mismo ya a la 1'15 desde la ventana, también sin éxito.
En un paraje boscoso rueda una pelota y el globo que llevaba Elsie se enreda en los cables de la luz.
Unas horas más tarde los periódicos sacan una edición extraordinaria con el último crimen del asesino de niños.
Anuncian que darán 10.000 marcos de recompensa por el asesino y señalan que hay evidencias de que el último asesinato fue obra del mismo asesino fantasma que causó ya 8 víctimas de niños de la ciudad, advirtiendo a los padres de que deben vigilar a sus hijos constantemente, pues el asesino no ha dejado la menor huella.
En una reunión de hombres, tras leer la noticia en que dicen que cualquier persona puede ser el criminal, uno de los reunidos le indica a otro de los hombres que ha visto cómo le daba caramelos alguna vez a la hija de una vecina. Este se indigna llamando al que le acusa asqueroso, debiendo ser separados por los otros contertulios.
La gente empieza a sospechar de todo el mundo, y cualquier hombre que se dirija a una niña es sospechoso aunque solo le esté dando la hora o toman a cualquier carterista retenido por la policía como asesino, estando uno de ellos a punto de ser linchado.
Pero el verdadero asesino escribe una nota a la prensa en la que señala que la policía ocultó su primer crimen, advirtiendo no haber terminado todavía.
El ministro llama al comisario quejándose del impacto que esa carta pueda tener en la población, señalando este que no pueden impedir que escriba a quien desee, aunque están investigando la carta, habiéndole pedido al periódico la carta original a la que someterán a un estudio tratando de encontrar huellas, aunque con pocas esperanzas.
Pasan la carta además a un grafólogo que señala que la letra del asesino muestra la fuerte patología sexual de este, y sus letras vacilantes indicarían indolencia e incluso pereza y algunos signos de locura.
El comisario le dice al ministro que sus hombres trabajan noche y día y apenas duermen, lo que resta efectividad a sus actuaciones y que hasta el 90% de las pistas son falsas.
Le pone el ejemplo de una bolsa de papel que encontraron cerca del lugar de los crímenes y que debió contener caramelos, por lo que investigaron todas las tiendas de dulces en 2 km. a la redonda, aunque inútilmente, y cada día amplían el radio, aunque sin lograr que nadie recuerde nada.
El Ministro da por hecho que están trabajando, pero sin resultados, debiendo el comisario recordarle la dificultad del empeño, señalándole que por ejemplo en el trayecto de cada desaparecido desde el cole hasta su casa recabaron el testimonio de hasta 15 testigos y ni siquiera entre ellos se ponían de acuerdo en cosas tan banales como el color del sombrero del niño, habiendo investigado hasta 1.500 indicios, ocupando los testimonios 60 volúmenes, estando sus hombres investigando cada arbusto y cada árbol ayudados por perros policías.
Investigaron cada albergue y a cada vagabundo, y vigilan de forma permanente las estaciones de tren y realizan redadas en los barrios nocturnos de mala reputación.
Acuden a garitos clandestinos donde el Inspector Karl Lohmann hace que identifiquen a cada cliente, llevándose a los indocumentados y a otros sospechosos, viendo el perspicaz Lohmann en un tipo muy elegante al autor del atraco a una peletería.
Tras la redada se incautan de numerosas armas y objetos robados, habiendo numerosos detenidos, quejándose la dueña del local de que están arruinando su negocio con esas redadas continuas, diciéndole al sargento que incluso las peores de las mujeres que tienen allí tienen sentimientos y odian al asesino.
Preocupados por esto, un grupo de delincuentes se reúne, observando desde la ventana que esa noche la policía se lleva dos camiones repletos de delincuentes, quejándose de que hay policías por todas partes que no les permiten divertirte con las chicas ni trabajar.
Esperan a Schränker, del que aseguran es el mejor, llevando la policía 6 años tras él, comentando que logró escapar incluso tras el atraco a un banco de Londres donde los hombres de Scotland Yard le prepararon una trampa y consiguió acabar con ellos y huir.
Cuando llega este comprueba que están allí todos los jefes de división de su organización de los que presume están autorizados por cada una de sus divisiones para tomar decisiones, quejándose ante ellos de que las redadas policiales están interfiriendo en sus negocios de modo que los fondos de la organización se están agotando y si no recurren a la caja de resistencia que tienen para las esposas de los detenidos y viudas no podrán ni siquiera financiar sus actividades, resintiéndose además su reputación, indicando que ellos realizan sus actividades para sobrevivir, pero que el asesino no tiene derecho a la vida y debe ser eliminado, planteándose cómo actuar.
También los mandos policiales se reúnen decididos a estudiar qué medidas tomar, señalando uno de ellos que deben ser más estrictos con las redadas.
Los de la organización criminal piensan que necesitan informadores para saber qué va a hacer la policía antes de que actúen, otro propone hacer una declaración a la prensa que las organizaciones nada tienen que ver con ese monstruo.
En la reunión policial uno de los asistentes aventura que podría tratarse, aparte de por sus instintos asesinos de un hombre aparentemente normal incapaz de hacer el menor daño excepto cuando está en estado de locura, por lo que deben buscar la colaboración de la población, aunque otro señala que eso llevará a que reciban miles de cartas con ideas absurdas.
Lo es también la aventurada por el miembro de la organización de recurrir a un mago.
En la policía proponen por su parte dar una indemnización mayor, aunque otro indica que es muy complicado dar con alguien que no deja pistas en unos casos en que no hay conexión entre asesino y víctima.
Finalmente Schränker concluye que deben atraparlo ellos mismos ya que la policía lleva ocho meses tras la pista del asesino sin lograr nada.
Los policías piensan que entre las personas en contacto con el asesino pueden buscar en alguna un punto de partida, alguien con quien seguirá relacionado pues señala, que cuando un ser anormal se ve dominado por el influjo de una persona procura estar siempre relacionado con ella, pidiendo que investiguen cárceles, clínicas de enfermedades nerviosas y manicomios y estudien el historial de personas devueltas a sus casas por inofensivos.
Los de la organización piensan que deben cubrir la ciudad con una red de espionaje que les garantice el control de cada metro cuadrado, de modo que ningún niño dé un solo paso sin que ellos lo sepan, con colaboradores que puedan entrar en cualquier parte sin levantar sospechas, por lo que recurrirán a la organización de mendigos.
Schränker y sus hombres asignan un pedazo de calle y sus patios a cada uno de los mendigos, ofreciendo 15.000 marcos al que le localice.
A los policías les advierten que busquen algo en relación con la carta que escribió el asesino al diario, como una mesa rústica como en la que se apoyó para escribirla y un lápiz rojo cuando visiten las casas de los sospechosos.
El inspector Lohmann recibe los historiales médicos de la gente dada de alta por curación o por ser considerados inofensivos de los últimos 5 años, tras estudiar los expedientes psiquiátricos de hospitales y centros de tratamiento, los cuales deben ser investigados.
Uno de los investigadores acude a casa de Hans Beckert, aunque no le encuentran allí, diciéndole a su empleada que es un funcionario del fisco.
Mientras Beckert compra fruta, el agente aprovecha la espera para examinarlo todo, incluida su basura.
De regreso a su casa, Beckert se entretiene mirando un escaparate, fijándose de pronto en una niña que va distraída y mirando escaparates también, aunque de pronto aparece la madre de la muchacha y se la lleva.
Frustrado, entra en una cafetería y se toma un coñac, pidiendo otro inmediatamente después de tomarse de un trago, lanzando con rabia su cigarrillo.
Por la noche Lohmann recibe los informes de los agentes, informándole el que estuvo en casa de Beckert que no encontró signos evidentes, pues la mesa era pulida y no vio lápices rojos, comentando que encontró en la papelera entre otras cosas una cajetilla de la marca Ariston, algo que le lleva a Lohmann a recordar algo, pidiendo que le lleven el expediente de una de las asesinadas.
Entretanto en la calle, el ciego que le vendió el globo al asesino el día en que desapareció Elsie escucha un silbido que entona un tema de Edvard Grieg, recordando que es el mismo silbido que escuchó aquel día, por lo que llama a un compañero, Heinrich para que siga al hombre, al que ve que camina por la calle con una niña.
Heinrich lo sigue, viendo que está en una tienda donde le compra chucherías a la niña, observando cómo cuando salen saca una navaja del bolsillo, aunque lo que hace con ella es pelar una naranja.
Heinrich se esconde, y para no perderlo se marca con tiza en la mano una M y luego hace como que resbala con la cáscara de la naranja y palmea la espalda de Beckert dejándole marcada la M de Mörder (Asesino), en el abrigo.
Lohmann por su parte comprueba en el expediente que pidió que cerca del lugar de aquel crimen encontraron 3 colillas de la marca Ariston, lo cual para el detective es solo una casualidad, pues su mesa estaba pulida, aunque piensa que pudo escribir la nota en cualquier otro lugar, cayendo en la cuenta que pudo hacerlo sobre la repisa de la ventana que en su casa era ancha y rugosa.
Acuden ambos a la casa y descubren que en efecto se escribió sobre esa madera, y al abrir encuentran en el alfeizar restos de lápiz rojo. Finalmente tienen una pista.
También los miembros de la organización criminal tienen otra pista, el hombre con la M, al que siguen paso a paso varios de ellos que se van relevando.
Beckert lleva a la niña hasta una juguetería y la pequeña le dice que se ha manchado de blanco la espalda, viendo él un reflejo con la M pintada, fijándose de que un hombre le sigue, por lo que decide huir, viendo cómo le acorralan por todas partes, pese a lo cual se cuela en el patio de un edificio de oficinas consiguiendo despistarlos.
Observan cómo empiezan a salir los empleados vigilando a cada uno de ellos esperando que no se les escape.
Por su parte los policías le esperan a Beckert en su casa con la luz apagada.
Entretanto, una vez desalojada la empresa cierran sus puertas y uno de los mendigos hace una llamada en la que indica que está seguro de que está oculto en la empresa, que informa es un edificio de 4 plantas, en que están las oficinas de un banco, disponiendo de un patio central y un desván.
Dentro, el vigilante observa que está abierta la puerta del desván y entra para ver si hay alguien, aunque no ve a nadie.
Los miembros de la organización, al ver que sigue allí piensan en llamar a la policía, aunque se lo impide Schränker que dice que le cogerán ellos.
El propio Schränker, disfrazado de policía llama al vigilante y le dice que se ha dejado la puerta de la fábrica abierta y cuando se acerca a comprobarlo ve cómo el policía le apunta con su arma y le obliga a abrir, entrando tras él un enorme grupo de mendigos.
Interrogan al vigilante sobre sus compañeros, logrando al torturarle hacerle confesar que hay dos más en el pasillo de control a los que reducirán de inmediato.
Entretanto Beckert trata de desmontar la cerradura para poder salir, aunque desiste de ello al escuchar ruidos fuera.
Schränker advierte a los hombres que tengan cuidado con los tendidos eléctricos, pues hay timbres de alarma.
Examinan a fondo el sótano sin resultados, como tampoco los tendrán en la sala de calderas y calefacción pese a remover incluso el carbón.
Mientras otros buscan al asesino un hombre se queda a cargo del reloj de control, que se comunica con la policía y que deben atender para que no salte.
Schränker les indica que no entren en una de las salas por la puerta por si tienen alarmas, debiendo hacer un butrón en el techo para entrar.
El hombre encargado de controlar el reloj escucha un ruido en una puerta cercana, que Beckert trata de abrir valiéndose de un clavo, corriendo por ello a avisar a Schränker, que va hacia allí con varios hombres, volviendo Beckert sobre sus pasos al escucharlos.
El encargado del reloj presume ante sus compañeros de haber sido él quien dio con el asesino, distrayendo al compañero que controlaba a los vigilantes, aprovechando uno de ellos la distracción para hacer sonar la alarma.
Avisan de que deben irse, aunque Schränker les indica que tienen tiempo para revisar los cuartos que les quedan del desván, consiguiendo, en efecto dar con Beckert y huir antes de la llegada de la policía.
Pero en su huida se olvidan de Franz, el hombre que se coló por el butrón, que es por ello sorprendido por la policía y llevado ante el Inspector Groeber.
Este le dice que le cree cuando dice que es inocente, aunque le pide que le diga a quién buscaban con tanto interés, respondiendo este que no buscaban a nadie, diciéndole el comisario que no entiende que encubra a quienes le dejaron en la estacada, aunque él afirma que ese truco no le servirá con él.
Pero el inspector le dice que pueden condenarlo y por mucho tiempo, aunque él no le cree ya que no robaron nada, diciéndole el inspector que sí robaron, aunque no le dirá cuánto si él no le dice algo, a lo que Franz se niega, por lo que el inspector decide encerrarlo durante unas horas para que recapacite.
Interrogan tras ello al vigilante que declara que les oyó decir que ya tenían al hombre que buscaban.
Confuso Groeber va a ver a Lohmann al que informan que Beckert no regresó aún a su casa.
Groeber le muestra el informe sobre el robo, preguntándose qué buscarían, pues las cajas de caudales estaban intactas y secuestraron a un hombre, pidiéndole Groeber que le ayude a interrogar a Franz tendiéndole una trampa.
Cuando Franz ve que le investiga la brigada de homicidios, se asusta, dándole Lohmann a entender que murió uno de los vigilantes y que ser encubridor de un asesinato es muy grave, decidiendo Franz confesar para no verse involucrado, contándole que buscaban al asesino de niños.
Lohmann se ve sorprendido por la noticia. Tanto que debe ir a refrescarse, preguntándole tras ello qué tienen que ver con ese asesino y a dónde le llevaron, hablándole de la antigua fábrica de licores que se incendió el año anterior y que por ello está deshabitada y sin vigilancia.
En efecto llevan hasta allí a Beckert que grita que no ha hecho nada malo y pide que le liberen, viéndose de pronto ante un nutrido grupo de vagabundos y maleantes dispuestos a observar la actuación de un tribunal formado por ellos mismos y presidido por Schränker, mientras el hombre repite que se trata de un error.
El primer testigo es el ciego que reconoció su silbido y que asegura que no es ningún error, mostrándole un globo como el que regaló a Elsie.
Le preguntan qué hizo con la niña, diciendo él que ni siquiera la conoció, mostrándole las fotos de las otras niñas asesinadas, que él afirma no conocer, corriendo hacia la puerta para tratar de huir, siendo nuevamente retenido mientras todos los mendigos y malhechores que asisten como espectadores piden que le ajusticien y acaben con él.
Pero desean dar una imagen de imparcialidad y le asignan a un defensor.
Beckert pide que le entreguen a la policía y ante la verdadera justicia, pero le dicen que esta es muy blanda, que le considerarían un enfermo mental y se acabarían sus problemas y luego le amnistiarían o se escaparía y sería libre para matar de nuevo.
Él confiesa entonces que no puede evitar hacer lo que hace y que ellos que son criminales y ladrones podrían dejarlo si tuvieran un trabajo o no fueran un hatajo de perezosos, pero que él no puede hacer nada por librarse de esa tortura en su interior, pues cada vez que sale siente que le persiguen y es su propia sombra y que a veces piensa que va a la caza de sí mismo y quiere escapar de sí mismo pero no puede y debe obedecer ese impulso y corre perseguido por los fantasmas de las madres y las niñas que siempre presentes menos cuando lo está haciendo y luego no recuerda nada. Luego ve los carteles y se pregunta si él hizo eso, pues no lo recuerda.
Al haber reconocido que no puede ayudarse a sí mismo y no puede dejar de matar, Schränker le dice que él mismo ha pronunciado su sentencia de muerte.
Pide entonces la palabra el hombre que hace de abogado defensor recordando que el propio Schränker es buscado por la policía por tres homicidios y que la naturaleza compulsiva de su cliente por el contrario debe suponer que sea exculpado de responsabilidad por sus crímenes, no pudiendo ser castigado por algo de lo que no es responsable, pues es un enfermo y debe ser entregado a los médicos hasta su curación.
Le dicen qué pasará si se escapa o si le amnistían. Volvería a delinquir y deberían realizar nuevamente su cacería y volvería a ocurrir lo mismo, otro encierro y otra huida y así indefinidamente.
El abogado insiste en que no pueden acabar con la vida de un hombre que no es responsable de sus acciones, que no puede hacerlo ni siquiera el estado y menos ellos y que deben tratar de curarlo para que deje de ser un peligro para la sociedad.
Una mujer pide que les pregunte a las madres de las niñas si ellas lo perdonarían, empezando todos a gritar que hay que acabar con él.
El abogado exige que el hombre tenga la misma protección legal que cualquier otro criminal y que sea entregado a la policía, viendo cómo se ríen de él, tras lo que se levantan para tratar de lincharlo, aunque se quedan de pronto parados y levantan sus manos ante la llegada de la policía que detiene a Beckert en nombre de la ley.
Algún tiempo después un tribunal, este real, se reúne para el juicio al que acuden las madres de las asesinadas, comentando una de ellas que eso no les devolverá a sus hijos y que deben tener más cuidado de ellos.