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La pasión de Juana de Arco
La pasión de Juana de Arco

La passion de Jeanne d'Arc (1928) * Francia

Duración: 110 Min.

Fotografía: Rudolph Maté

Guion: Joseph Delteil, Carl Theodor Dreyer

Dirección: Carl Theodor Dreyer

Intérpretes: Maria Falconetti (Jeanne d'Arc), Eugene Silvain (Obispo Pierre Cauchon), André Berley (Fiscal Jean d'Estivetl), Maurice Schutz (Canónigo Nicolas Loyseleur), Antonin Artaud (Jean Massieu), Gilbert Dalleu (Jean Lemaitre), Jean d'Yd (Guillaume Evrard), Louis Ravet (Jean Beaupère).

En la Biblioteca de la cámara de los Diputados de París se conservan las actas redactadas durante el proceso a Juana de Arco, que llevó a su condena y muerte con las preguntas de los jueces y las respuestas de Juana.

El drama de una joven creyente, sin casco ni armadura, enfrentada a una cohorte de teólogos y juristas ofuscados.

En efecto se reúne el Tribunal, presidido por el Obispo Cauchon, y se preparan para la apertura del juicio al que llega Juana con grilletes en los pies, jurando sobre la Biblia.

Tras ello señala que en Francia se llama Jeanne y en su pueblo Jeannette, señalando, aunque sin mucha seguridad, que tiene 19 años, generando risas entre los miembros del tribunal.

Empiezan tras ello a hacerle preguntas tratando de demostrar que es una blasfema.

Le preguntan si conoce el Padre Nuestro y quién se lo enseñó, llorando Juana al recordar que se lo enseñó su madre, pidiéndole que lo rece, aunque no lo hace.

Le preguntan si se cree una enviada de Dios, respondiendo ella que sí, que la envió para salvar a Francia, ante el regocijo de los teólogos.

Le pregunta si piensa entonces que Dios odia a los ingleses, respondiendo ella que no sabe lo que Dios piensa de los ingleses, pero sabe que estos serán expulsados de Francia.

Le preguntan cómo era San Miguel, ya que ella dijo que se le apareció, preguntándole si llevaba alas y corona o cómo podía saber si era un hombre o una mujer, y si era porque iba desnudo, o si tenía el pelo largo, preguntando ella por qué habría de cortárselo.

Le preguntan por qué se pone vestidos de hombre, y si se pondría vestidos de mujer si se los facilitan, diciendo que volverá a vestir prendas de mujer una vez finalizada la misión que Dios le encomendó, ante lo que le preguntan si fue entonces Dios quien le encomendó vestir como un hombre y qué recompensa espera obtener de Él, a lo que les responde que la salvación de su alma.

Al escucharla el fiscal dice que blasfema.

Pero otro religioso dice que para él es una santa, y se postra a sus pies, tras lo que se retira de la sala, seguido por algunos guardias.

El presidente del tribunal le pregunta si le hizo alguna promesa Dios, respondiendo ella que no y que nada tiene que ver ello con su proceso.

El Obispo decide someter la cuestión a los jueces, que votan por unanimidad que sí, por lo que le vuelve a preguntarle por la promesa de Dios y si esta era que se libraría de la prisión, respondiendo ella que sí, aunque no sabe el día ni la hora.

Suspendida la sesión, la devuelven a la celda.

Los religiosos traman cómo sacarle la confesión con astucia, pensando que sería una buena idea mostrarle una carta con la firma del rey Carlos, carta que redactan ellos.

Entretanto, en su celda, Juana contempla la sombra que entra por la reja de la ventana.

Uno de los carceleros trata de quitarle su anillo, llegando entonces el Canónigo Nicolas Loyseleur, que fue quien ideó lo de la redacción de la carta, que le devuelve el anillo, diciéndole que siente una gran compasión por ella.

Le pregunta tras ello si conoce la firma del rey, entregándole su supuesta carta, aunque ella le dice que no sabe leer, por lo que se la lee Loyseleur, oyendo cómo supuestamente el rey le dice que se prepara para salir hacia Rouen con su ejército y le pide que tenga confianza en ese sacerdote (el propio Loyseleur).

Entran tras ello el resto de religiosos que forman parte del Tribunal y le preguntan si es hija de Dios, como lo fue Jesucristo, a lo que responde afirmativamente, con la aquiescencia de Loyseleur, tras lo que le piden que rece el Padrenuestro, que en ese momento sí lo hace.

Le preguntan si Dios le dijo que sería liberada de prisión, respondiendo que sí, por una gran victoria.

Le preguntan si le dijo que iría al cielo, respondiendo ella que sí.

Le dicen que si está segura por tanto de salvarse, respondiendo ella que sí.

Le dice uno de los presentes que tenga cuidado, pues una respuesta grave.

Le dicen que dado que está tan segura de su salvación no necesita a la iglesia, no respondiendo ella a esa capciosa pregunta.

Le preguntan si está en estado de gracia, respondiendo que si lo está que Dios la guarde, y si no, que Dios se lo otorgue.

Le pide tras ello al Obispo que le permita oír misa, lo que este le deniega, haciéndola llorar.

Loyseleur habla con el Obispo, tras lo cual este cambia de estrategia y le pregunta si aceptaría abandonar su ropa de hombre si le dejan ir a misa, a lo que ella se niega, diciéndole el Obispo que esa ropa es impúdica y abominable a los ojos de Dios, no entendiendo que prefiera vestir de hombre a oír misa, diciéndole que no es hija de Dios, sino una secuaz de Satán, por lo que deciden continuar el interrogatorio valiéndose de métodos de tortura.

Cuando se van los teólogos, los guardias comienzan a burlarse y a reírse de ella, primero haciéndole cosquillas con una pajita, luego colocándole a modo de corona de espinas una hecha de cuerdas, y una flecha de madera colocada como atravesándole el corazón, indicando que tiene la pinta de una hija de Dios, sin que ella se rebele, llorando, ante lo que se burlan más de ella, que le quita uno de los religiosos que se apiada de ella.

La pasan luego a la cámara de tortura y allí uno de los religiosos le pregunta si no cree que los doctores que la juzgan son más sabios que ella, respondiendo que Dios es aún más sabio.

Le dicen que saben que sus revelaciones no vienen de Dios, sino del Diablo y le preguntan cómo distinguiría a un ángel bueno de uno malo, diciéndole que es Satanás y no San Miguel, ante quien se postró.

Le piden tras ello que firme la abjuración, señalando que la iglesia le tiende los brazos y si los rechaza la abandonarán y quedará sola, respondiendo ella que sola con Dios.

Ponen en marcha los diferentes instrumentos de tortura para obligarla a firmar su abjuración por el miedo.

Pero ella asegura que aunque separaran su alma del cuerpo no se retractaría de nada, y aunque llegara a confesar algo, después diría que la hicieron hablar por la fuerza.

Los instrumentos de tortura siguen funcionando hasta que finalmente Juana pierde el sentido, pero sin haber confesado.

La llevan por ello de regreso a su celda, estando muy débil, aunque el jefe de la guardia les dice a los médicos que no desea que muera de forma natural de ningún modo, después de lo que han luchado.

Como tiene fiebre, el médico indica que deben sangrarla, diciéndole el jefe de la guardia que con cuidado para evitar que ella misma acabe con su vida.

Loyseleur pide que le lleven los Sacramentos.

Cuando recupera la consciencia el Obispo le pregunta sentado junto a ella en su cama si no tiene nada que decirles.

Ella le dice temer estar en peligro de muerte, por lo que si esto sucede pide la entierren en tierra sagrada.

El Obispo le dice que la Iglesia es misericordiosa y acoge a las ovejas descarriadas y que todos desean su bien y por ello han pedido los Santos Sacramentos, algo que la hace feliz, viendo que en efecto lo preparan todo para su extremaunción.

Improvisan un altar en su celda, pudiendo así asistir a una ceremonia religiosa, aunque antes le llevan de nuevo el acta que debe firmar, a lo que se niega.

El Obispo le dice si no sabe que lo que rechaza es el Cuerpo de Cristo y que ultraja a Dios con su testarudez, negándole la comunión.

Juana insiste en que ama y honra a Dios sobre todas las cosas y que aunque ellos digan que es una enviada del Diablo son ellos los enviados por este para hacerla sufrir, mirándolos a todos y acusándolos uno a uno.

El Obispo, al ver que no hay nada que hacer pide que avisen al verdugo y lo preparen todo para su ejecución.

Preparada para esta, el fiscal se dirige a ella y le dice que su rey es un hereje, señalando ella que su rey es el más noble cristiano de todos los cristianos, indicando el religioso que el orgullo de esa mujer es insensato, asegurando no haber visto jamás en Francia un monstruo semejante, frente a lo cual ella afirman no haber hecho nunca daño a nadie.

Le vuelve a conminar a firmar, o de lo contrario será quemada viva.

Loyseleur trata de convencerla diciéndole que no debe morir, pues su rey la necesita viva, por lo que algunos le piden que firme y salve su vida.

Vuelven a poner la pluma en su mano y comienza a escribir, ayudándola Loyseleur guiando su mano a poner su nombre completo.

Tras ello el Obispo habla y le dice que puesto que reconoció sus errores se le absuelve de la pena de excomunión, pero como ha pecado temerariamente la condenan a cadena perpetua.

Loyseleur le dice que ha salvado su vida y su alma firmando, pareciendo todos congratularse de ello excepto el jefe de los guardias, que piensa que lo que ha hecho es burlarse de ellos, viendo cómo la gente congregada en la plaza da vivas a Juana.

De vuelta a su celda, le rapan la cabeza y entonces pide que vuelvan a llamar a los jueces diciendo que se retracta y que ha mentido.

Cuando llega el Obispo con el jefe de la guardia y los demás jueces les dice que ha cometido un gran pecado al renegar de Dios para salvar su vida.

El Obispo le recuerda que antes reconoció ante el pueblo que había actuado inspirada por el Diablo, y le pregunta si entonces sigue creyendo que es la elegida por el Señor, afirmando ella que así es, pese a que, según le recuerda Jean Massieu, el Deán de Rouen, esa respuesta equivale a la muerte.

Afirma que confesó por miedo al fuego, preguntándole el Obispo si tiene algo más que decir, señalando ella que no.

Los religiosos van abandonando, quedándose con ella varios para prepararla para morir.

Ella pregunta cómo morirá, a lo que le responden que en la hoguera, aunque esta vez ella no parece ya asustada.

El Deán le pregunta cómo puede creer que sigue siendo la enviada de Dios, diciendo ella que sus caminos no son los nuestros y que si ella es su hija la gran victoria es su martirio y su liberación la muerte.

Massieu le pregunta si desea confesarse mientras le llevan el Viático, y lo hace.

Fuera se va preparando todo para la ejecución mientras ella comulga, feliz de recibir el Cuerpo de Cristo, mientras el religioso le pide que sea fuerte en su última hora.

La hacen ponerse un sayón para acudir al patíbulo.

Sale entre los guardias, acercándose una mujer para darle de beber se acerca y le da bebida en un tazón, viendo que hay una gran expectación.

Es llevada hasta el patíbulo, donde le entregan una cruz que estrecha contra su pecho mientras dice "Dulce Jesús, acepto la muerte con gusto, pero no me dejes sufrir demasiado tiempo". "Estaré contigo esta noche en el Paraíso".

Finalmente le quitan la cruz y la hacen incorporarse para atarla al mástil que hay en el centro de la hoguera.

Esta comienza a arder y ella contempla las aves en el cielo volando, mientras algunos lloran y rezan por ella, que comienza a notar las llamas, escapando algunas lágrimas de sus ojos antes de morir, contemplando la cruz que un religioso pone frente a ella, diciendo finalmente el nombre de Jesús.

El pueblo comienza a gritar que han quemado a una Santa, formándose una rebelión, que los guardias tratan de disolver con sus armas, debiendo emplear incluso los cañones, aunque la multitud está tan airada que no se dejan amedrentar, acabando con algunos de los guardias e intentando asaltar el castillo, por lo que deben cerrar el puente de acceso al mismo.

"Las llamas rodearon protegiendo el alma de Juana cuando se elevó al cielo".

Calificación: 4