Te cuento la película

El gran dictador
El gran dictador

The Great Dictator (1940) * USA

Duración: 128 min.

Música: Charles Chaplin, Meredith Wilson

Fotografía: Rolland Totheroth, Karl Strauss

Guion y Dirección: Charles Chaplin

Intérpretes: Charles Chaplin (Barbero / Adenoid Hynkel), Paulette Goddard (Hanna), Maurice Moscovich (Jaeckel), Reginald Gardiner (Comandante Schultz), Henry Daniell (Garbitsch), Billy Gilbert (Herring), Jack Oakie (Benzino Napaloni).

Guerra Mundial. 1918

En el último año de la guerra, el ejército de Tomainia flaqueaba, y, mientras en el frente sus soldados luchaban seguros de que eran invencibles, sus líderes negociaban la paz.

Disponían del Gran Bertha, un enorme cañón que podía lanzar un proyectil a 150 kilómetros de distancia, estando, su objetivo, la catedral de Notre Dame a 100.

Pero uno de sus obuses está defectuoso y cae a los pies del cañón, por lo que piden al soldado encargado de activarlos que compruebe la espoleta, viendo que este empieza a girar y como a seguirle, hasta acabar por explotar.

Pero cuando se disponen a ponerlo en marcha, oyen cómo se acercan aviones enemigos dispuestos a atacarlos, por lo que envían a uno de los soldados que les dispare desde el cañón antiaéreo, aunque debido a su impericia no consigue dominarlo.

El primer proyectil lanzado desde el Gran Bertha impacta en una letrina cercana, pero el segundo cae a los pies del cañón, por lo que el oficial al mando ordena a su segundo revisar el proyectil, pidiéndoselo este a un tercero, y este al cuarto de la fila, que no tiene nadie a quien pedírselo, por lo que es el soldado quien debe acercarse a revisar el proyectil, que, de pronto comienza a girar a medida que él corre, apuntándole siempre, hasta acabar explotando poco después dándoles tiempo apeas a resguardarse de él.

No pueden hacer más pruebas, pues les avisan de que el enemigo rompió el frente y deben presentarse todos en las trincheras para detenerlos, entregándoles a cada uno de ellos una granada, que él no sabe manejar, por lo que le explican que debe tirar de la anilla, contar hasta 10 y lanzarla.

Pero cuando les ordenan atacar, él arranca la anilla y accidentalmente se le cuela la granada por la manga, deslizándose luego hacia sus pantalones, sin conseguir, debido a los nervios sacarla hasta unos segundos antes de que estalle, estando a punto de desmayarse debido al susto cuando finalmente logra lanzarla.

El ejército avanza luego hacia las líneas enemigas entre un humo tan espeso, que el soldado acaba despistado y perdiéndose, llegando un momento en que no escucha ni las armas ni a sus compañeros, por lo que comienza a llamar a su capitán, hasta que de pronto se topa con otros soldados y comienza a avanzar junto a ellos, hasta darse cuenta, de pronto que estos no son sus compañeros, sino enemigos, por lo que, tras deshacerse de su fusil comienza a correr, perseguido por estos, hasta refugiarse en un nido de ametralladoras, donde un compañero le pide que le sustituya, consiguiendo gracias al arma ahuyentar al enemigo por ese flanco.

Escucha entonces detrás de él los gritos de un comandante que está herido y que pide que le ayude a subir a su aeroplano, asegurándole que hará que le den la Cruz de Tomainia por eso.

Gracias al soldado consiguen despegar justo antes de la llegada del enemigo, entregándole mientras vuelan, el comandante, unos partes que debe entregar al General Schmelloffel, y con los cuales, afirma, Tomainia todavía podría ganar la guerra.

Pero debido a sus heridas, Schultz, el Comandante pierde el conocimiento, comenzando, debido a la impericia del soldado, a volar boca abajo sin darse cuenta, aunque eso ayuda a que la sangre le suba de nuevo a la cabeza al comandante, que recupera el conocimiento y pide agua, no entendiendo que esta parezca salir hacia arriba, lo que le impide beber, no siendo hasta el momento en que el soldado se desabrocha el cinturón, cuando se da cuenta de que el avión está al revés, salvando su vida al sujetarse de la palanca, lo que impide al comandante girar el avión, viendo cómo entonces debido a la falta de gasolina el avión comienza a caer.

Schultz recuerda en esos momentos a Hilda, su esposa, que estará cuidando sus narcisos, antes de chocar contra unos árboles que amortiguan el golpe, acabando hundidos en un lodazal, de donde son rescatados por sus hombres.

Schultz pide a los sanitarios que les atienden que le lleven ante el General, pues urge que le entregue un mensaje, aunque estos le informan que la guerra finalizó y perdieron.

En efecto, en los periódicos se habla del Armisticio, y, mientras los ejércitos vencedores desfilan entre aclamaciones, el soldado de Tomainia es llevado a un hospital.

Los titulares de los periódicos van reflejando el paso del tiempo, y unos meses después, en julio de 1919 la noticia es la victoria del boxeador Dempsey, frente a Willard, y unos años más tarde, en mayo de 1927, la hazaña de Lindbergh cruzando el Atlántico, hasta llegar, en 1929 a la Gran Depresión y con ella disturbios en Tomainia, tras los cuales llega al poder el partido de Adenoid Hynkel.

Y durante todo ese tiempo el soldado y ex barbero judío, permaneció amnésico y hospitalizado durante varios años ignorando los cambios ocurridos en Tomainia, donde Hynkel gobernaba con mano de hierro.

Bajo el mando de la doble cruz, la libertad de expresión fue suprimida, escuchándose solo la voz de Hynkel hablando a las masas y asegurando, según traduce sus palabras un locutor de habla inglesa, que la democracia apesta, que la libertad es detestable y que la libertad de expresión es perjudicial.

Presume luego de que su país posee el mayor ejército del mundo y la armada más grande, aunque, para seguir siendo grandes deben sacrificarse apretarse el cinturón.

Recuerda luego las penalidades que pasó en su juventud junto a Herring, ahora Ministro de Guerra y a Garbitsch, Ministro del Interior, para hablar luego de la superioridad de la raza aria y de la belleza de sus mujeres, para hablar luego sobre el pueblo judío, aunque el locutor no se atreve a traducir sus palabras, concluyendo que el "Phoey" dice que, respecto del resto del mundo, solo tiene paz en su corazón.

Pero cuando, acabado el discurso entre grandes aplausos y vítores se dispone a bajar la escalera, una reverencia de Herring hacia el lado contrario le empuja con su culo, haciéndole rodar por esta para enfado del dictador.

Se fotografía tras ello con un grupo de niños y madres tomainios, tras lo que sube a su auto, señalando el locutor cómo avanza hacia palacio por la avenida Hynkel Strasse, bordeada de estatuas que representan la Venus de Milo o el Pensador de Rodin, con el brazo en alto y haciendo el saludo fascista, entre gritos de "Heil Hynkel".

Le pregunta a Garbitsch qué piensa de su discurso, diciéndole este que estuvo bien, aunque le recomienda que sea más violento con los judíos para soliviantar al pueblo, pues la violencia contra estos les hará olvidarse del hambre.

Gueto

En el gueto donde viven los judíos, dos de ellos Jaeckel, y Mann hablan del discurso de Hynkel y sus palabras contra los judíos, para comentar más tarde la situación del barbero, que sigue en el hospital, sugiriéndole Mann a Jaeckel que alquile su barbería, diciéndole este que no le deja hacerlo, pues sigue escribiendo que pronto volverá.

Pero son tiempos difíciles y además tiene en su casa a Hanna, una joven huérfana que no consigue encontrar empleo después de que su padre muriera en la guerra y su madre un año atrás y no gana ni para pagarle el alquiler, y a la que tampoco quiere echar.

Sale Hannah para entregar la ropa que lavó para una vecina cuando llegan a su calle un grupo de las fuerzas de asalto que se hacen notar cantando, borrachos, cantos de exaltación de la raza aria y destrozando cuanto encuentran y robando en una verdulería patatas y tomates para llevárselos a sus casas.

Hanna se indigna al verlos, asegurando que si fuera hombre se las verían con ella, quejándose de que ataquen a las mujeres y roben a los indefensos, decidiendo tras escucharla lanzarle desde el camión al que subieron tras confiscarlo, parte de los tomates que habían robado, manchando de paso la ropa que ya había lavado.

En el psiquiátrico, varios médicos examinan el caso del paciente 33, el soldado judío que lleva allí desde la guerra, aunque él cree que solo ha pasado allí un par de semanas.

Y entonces le informan que el número 33 desapareció, aunque, señalan, no es un caso grave, pues no podían hacer ya nada por él.

El hombre ha regresado a su barbería, como si fuera cada día, por lo que se sorprende cuando salen asustados al abrir, una decena de gatos que se habían instalado allí.

Y como si hubiera estado allí hasta el anterior día se dispone a retomar su trabajo, observando que está todo lleno de telarañas e inservible, lo que le desconcierta.

Los guardias de asalto pintaron en su ventana, la palabra "judío, que él borra, siendo reprendido por ello por uno de los guardias que le pide que diga Heil Hynkel y le salude, no comprendiendo él qué desea ni de quién le habla, por lo que el guardia le pide que le acompañe al cuartel, aunque él se resiste y consigue librarse de él gracias a la brocha con la que le pinta la cara, yendo a pedirle a otro de los guardias de asalto que detenga a su compañero, sorprendiéndose al ver que le detienen a él, que asegura que les enviará a su abogado.

Hannah, que ha visto todo dese la ventana golpea con una sartén a los guardias, aunque, sin quererlo también al barbero, por lo que baja a atenderlo y le pide disculpas tras lo que le dice que le ha hecho disfrutar, viéndole enfrentarse a los abusones, pero que debe marcharse, diciendo él, que no lo hará, que llamará a un guardia, preguntando ella si está loco.

Escuchan entonces las sirenas del vehículo de los guardias de asalto acercándose, llevándolo ella a casa de Jaeckel, mientras le pide que no se haga el valiente.

Los guardias se llevan a sus compañeros que dicen, fueron atacados por una banda de forajidos.

Dentro, Hannah alaba al barbero por haberse enfrentado a ellos y asegura que si se unieran podrían vencerles, aunque le preocupa lo que puedan hacerle cuando regresen, cosa que sucede poco después, acusando el guardia que le retuvo al barbero de haber sido el hombre que le agredió, y cuando grita Heil Hynkel, el barbero no hace nada, pues ignora de quién le hablan, tras lo que le sacan afuera y le piden que escriba él la palabra "judío", aunque, en vez de hacerlo, le lanza el cubo de pintura a la cara y huye, aunque enseguida es retenido por varias decenas de guardias de asalto, que deciden ahorcarle allí mismo, colgándolo de una farola.

Aparece justo entonces el Comandante Schultz que les recrimina por lo que están haciendo, ya que sus instrucciones eran mantener el lugar tranquilo, explicándoles ellos que ese judío les atacó.

Reconoce entonces al fijarse bien, el Comandante, al hombre que le salvó la vida durante la guerra, y como ve que el barbero no se acuerda le cuenta que el enemigo trataba de capturarlos escaparon en su avión y se estrellaron, recordando en ese momento el barbero aquel episodio.

El Comandante pregunta a los guardias qué hizo, contándole los guardias que se resistió a que pintaran la palabra judío en su tienda, diciendo Schultz que cualquier valiente debe resistirse y le dice que se asegurará de que no vuelvan a molestarlo.

El palacio de Hynkel era el centro de la mayor máquina de guerra del mundo, estando Hynkel ocupado todo el día infatigable, no encontrando apenas un momento para que su pintor y su escultor oficiales puedan tenerle posando.

Herring le pide que pruebe un fabuloso invento, un uniforme a prueba de balas, hecho con un material tan ligero como la seda, disparando Hynkel al propio inventor, comprobando que este muere, diciendo Hynkel, despectivo, que no es tan perfecto.

Dedica al piano también un pequeño espacio de tiempo, tocando una canción.

Llama tras ello a su secretaria para dictarle una carta, aunque cuando la ve se dirige a ella y la coge de la cintura con intención de besarla, siendo interrumpidos por una llamada de Herring requiriéndole para que vaya a ver a la torre otro invento, el paracaídas más pequeño del mundo, que se lleva como un simple sombrero y se abre a los 8 metros, viendo cómo, tras lanzarse su inventor desde la torre, cae, muriendo, por lo que recrimina a Herring por hacerle perder el tiempo.

De regreso a su despacho, recibe a Garbitsch, al que le recrimina su elevado gasto en campos de concentración, cuando necesitan el dinero para municiones, diciéndole Garbitsch que detienen alrededor de 10.000 disidentes cada día.

Garbitsch le sugiere ser más estricto con los judíos y hacer algún asalto al gueto y quemar algunas casas para que la gente se divierta, aunque Hynkel cree que es mejor invadir Osterlich, aunque Garbitsch le dice que tardarían tres meses en prepararse para ello, lo que a Hynkel le parece mucho tiempo, pues teme que lo invada antes el ejército de Napaloni, por lo que desea hacerlo ya, diciéndole Garbitsch que para eso necesitarían capitales y ningún banco quiere financiarles, pudiendo hacerlo solo Epstein, que es judío, por lo que sugiere detener la persecución a los judíos hasta que negocien el préstamo.

Jaeckel comenta, mientras el barbero le corta el pelo su perplejidad respecto a la nueva política con los judíos y lo tranquilo que está el gueto, diciéndole que si las cosas vuelven a empeorar deberían irse a Osterlich, que sigue siendo un país libre.

Le dice luego al barbero que hay tantos hombres en campos de concentración que debería pensar en hacerse peluquero de señoras, y le sugiere que pruebe con Hannah, tratando así de colaborar al acercamiento entre ambos.

El barbero empieza a ponerle crema de afeitar en la cara, mientras ella, también distraída no para de hablar, contándole que es feliz cuando sueña, diciéndole que le gustaría ahorrar para poner un negocio como ese, aunque el dinero se le va entre los dedos, asegurando que todo sería maravilloso si siempre les dejaran tranquilos, pensando que fue una suerte que salvara a Schultz, y reconoce ser muy distraída, igual que él, indicando que ser distraído es una señal de inteligencia, dándose cuenta solo entonces él de que está tratando de afeitar a una mujer, riendo ambos.

Le lava el pelo y la peina, no reconociéndose ella con ese pelo y la cara limpia, sorprendiéndose de lo guapa que es.

Hannah sale a comprar patatas y se cae, viendo cómo los guardias de asalto, en vez de reírse de ella la ayudan a levantarse y la tratan amablemente, sorprendiéndose ella de su nuevo trato, soñando ella con no tener que marcharse de ese país y con que la dejen vivir y ser feliz.

Entretanto Hynkel, tras dictar una carta y enfadarse porque no encuentra un bolígrafo que funcione, recibe a Herring, que le informa del descubrimiento de un gas venenoso, llegando luego Garbitsch, que le dice que todo el consejo de administración de Epstein es ario, por lo que está convencido de que conseguirán el préstamo.

Comparece tras ello la agente B76, que le informa que en la fábrica de armas proyectaban ir a la huelga, ordenando Hynkel que fusilen a los cabecillas, lo que le dicen, ya hicieron, pidiendo él que fusilen a los 3.000 obreros que irán a la huelga, pues no desea obreros insatisfechos, aunque, Garbitsch le dice que son trabajadores especializados y deben perdonarlos para que no decaiga la producción, permitiendo que continúen, aunque vigilándolos, tras lo que expresan sus deseos de conseguir un país de personas rubias y de ojos azules tras librarse primero de los judíos y luego de los morenos, diciéndole Garbitsch que no solo Tomainia, sino un mundo entero de personas rubias, y al frente de todos, un dictador moreno, soñando tras escuchar esas palabras con ser el dictador del mundo entero, pues, le dice Garbitsch, tras conquistar Osterlich las naciones irán cayendo rendidas sin presentar batalla y en dos años tendrá al mundo entero a sus pies.

Hynkel empieza a ilusionarse con la idea, y trepa por la cortina entusiasmado para ver desde arriba las cosas, y, tras quedarse solo se acerca a una gran bola del mundo, soñando con ser Emperador del Mundo.

La gran esfera es un globo con el que juega a su antojo, pasándoselo de una mano a otro, o le da patadas o cabezazos, golpeándolo también repetidamente con su trasero, hasta que de tanto jugar con él le explota en las manos.

El barbero, entretanto, realiza su trabajo al ritmo de la Danza Húngara de Brahms, que suena en su radio lo que le lleva tan pronto a ir despacio como a hacerlo muy deprisa.

Jaeckel escucha la radio mientras juega al ajedrez con su amigo Agar, que le dice que se rumorea que Hynkel va a restablecer todos sus derechos, viendo cómo las cosas han mejorado y ya nadie se mete con ellos.

Jaeckel le cuenta a Agar que Hannah tiene un pretendiente, el barbero y se está preparando para salir mientras el barbero termina de abrillantar la calva de un cliente.

Mientras tanto, en el palacio presidencial Garbitsch informa a Hynkel que tendrán que aplazar la invasión de Osterlich, ya que Epstein se niega a prestarles el dinero dado el trato que da a los judíos, afirmando que Hynkel es un loco medieval.

Hynkel, enfadado, convoca a Schultz para pedirle que las fuerzas de asalto den un pequeño espectáculo en el gueto, aunque el comandante le dice que no es conveniente, pues ese tipo de acciones desmoralizan al país, diciéndole Hynkel que necesita unas vacaciones, por lo que le enviará arrestado a un campo de concentración, asegurando Schultz que su causa fracasará, ya que se basa en la persecución de un pueblo inocente y su política es un disparate, llamándolo Hynkel traidor mientras se lo llevan, aunque luego lloriquea y se pregunta por qué lo ha abandonado.

Garbitsch le entrega las notas para su discurso, aunque le dice que no las necesita, pues esa tarde no se dirigirá a los hijos de la doble cruz, sino a los hijos de Israel.

Entretanto, el barbero se prepara para su cita con Hannah, estando expectantes todos sus vecinos.

Comienzan a pasear y comentan que Hynkel no es tan malo e incluso se compran dos chapitas con su cara, aunque justo en ese momento los altavoces del gueto comienzan a emitir, escuchando un discurso duro de Hynkel contra los judíos y devuelven las chapitas, saliendo todos corriendo hacia sus casas, incluidos ellos, asustados.

Él se entretiene un momento para recoger el sombrero que se le cayó y está a punto de ser arrestado por un guardia de asalto del que huye colándose por la ventana del sótano, escuchando desde dentro los cánticos de las fuerzas de asalto, seguidas de disparos, refugiándose más personas en el patio de Jaeckel.

Tras el discurso de Hynkel desean vengarse del barbero, y atacar a los judíos que se refugiaron allí, aunque entonces uno de sus mandos les recuerda las órdenes del Comandante Schultz de no molestarlos y les ordena retirarse, aunque uno de ellos asegura que detendrá a Hannah, pues le golpeó con la sartén, evitándolo el barbero.

Y, justo cuando todo parecía que volvería a la calma un repartidor de periódicos informa de la detención de Schultz, por lo que los guardias de asalto deciden ir a detenerlo.

Jaeckel y Hannah le piden que huya por la azotea, haciéndolo con esta, y viendo desde allí cómo los guardias hacer arder su barbería.

Hannah trata de animarlo y le dice que volverán a empezar en Osterlich, aún libre y allí, trabajando mucho y gastando poco podrán ahorrar para comprar una granja avícola.

Por la noche ella le hace fijarse en las estrellas, algo que Hynkel, le dice, con todo su poderío, nunca podrá tocar.

Una vez todo en calma, Jaeckel sube para avisarles y les dice que tiene a Schultz escondido en su sótano y que se reunirán esa noche y desea que él asista.

Hannah no está contenta con su presencia, pues oyó que Schultz planeaba volar el palacio presidencial y lo sorprendió colocando una moneda en uno de sus flanes.

En efecto, Schultz dice que deben acabar con el tirano, y para ello, uno de los reunidos debe morir y que este será aquel que encuentre una moneda en su flan, aunque está seguro de que todos desean ser los elegidos, lamentando no poder participar él por ser demasiado conocido.

El barbero sopesa cada flan y va entregando uno a cada uno de los comensales, esperando todos ellos no ser los elegidos.

Pero pese a sus precauciones, el barbero ve con sorpresa que eligió el flan equivocado y al notar la moneda en el suyo se la traga, aunque mientras trata de disimular y se gira su vecino de mesa esconde la moneda de su flan en el del barbero, sin ver, que, a su vez, el que estaba al lado del vecino le pasa su moneda a este, que, al descubrirla se la coloca también al barbero que se traga una tras otra, hasta que el hipo le hace sonar las tripas como un monedero.

Finalmente Jaeckel prueba su flan y confiesa valientemente que es el elegido, momento en que el barbero escupe las tres que se tragó, dándose cuenta Jaeckel de que alguien se ha burlado de ellos, apareciendo entonces Hannah, que confiesa ser la responsable de colocar una moneda en cada flan, pues no cree que ellos sean personas que puedan volar palacios y matar gente, reconociendo Jaeckel que tiene razón, estando todos de acuerdo, tras lo que se marchan, sin esperar a Schultz, qué ocurrió.

Al día los siguiente Mann va a casa de Jaeckel y le muestra el periódico donde se sugiere que Schultz podría estar escondido en el gueto e informa que también buscan a su amigo el barbero para interrogarlo, aunque Jaeckel recuerda a otro vecino al que solo buscaban para interrogarlo, pero al que nunca volvieron a ver.

Temen que si lo encuentran allí acabarán todos ellos en el campo de concentración, por lo que les piden a él y al barbero que se oculten en el tejado, debiendo llevarse todas las cosas del Comandante para que no quede rastro alguno de su estancia allí.

Van tan cargados, que el barbero debe colocarse una cesta sobre la cabeza, lo que le impide ver nada, por lo que avanza más de lo debido, caminando hasta una viga que sobresale del tejado estando a punto de caer, y perdiendo por el susto, al descubrirlo, todas las pertenencias del comandante, incluido sus palos de golf.

Huyen tras ello por los tejados hasta que el barbero da un mal paso, resbala y acaba cayendo por una claraboya que se rompe, sobre la cama de un matrimonio, siendo finalmente atrapado por los guardias de asalto, al igual que el comandante, que le recuerda que su silencio será apreciado.

Los periódicos del día siguiente informan de la detención de Schultz en el gueto y su envío a un campo de concentración, informando también de la detención del barbero.

Entretanto los Jaeckel llegan con Hannah, tirando de un carro, a la ansiada Osterlich, hasta una casita en el campo al lado de un próspero viñedo que trabajarán.

Hannah le escribe una carta al barbero al que le dice que le encantará Osterlich, donde le esperan con impaciencia.

Hynkel anuncia entonces ante un grupo de militares que están ya preparados para la invasión de Osterlich gracias al genio del mariscal Herring, a quien impone una medalla más, aunque ya no le caben.

Pero llega entonces una llamada telefónica en la le anuncian que Napaloni ha movilizado a sus tropas frente a Osterlich, teniendo 60.999 hombres en la frontera, por lo que Hynkel acusa a Herring de haber permitido que Napaloni les tomara la delantera, por lo que le arranca todas sus medallas y además los botones y le abofetea, tras lo que ordena a Garbitsch que le declare la guerra a Napaloni, frente a lo que Garbitsch alega que es una locura y puede ser su fin.

Pero nada más redactarla reciben una llamada de Napaloni, pidiéndole Hynkel a Garbitsch que sea él quien hable y que sea amable.

Napaloni desea hablar con Hynkel acerca de la invasión de Osterlich, decidiendo Hynkel invitarlo a ir a Tomainia junto con su esposa.

Hynkel planea hacer el mayor desfile jamás visto para impresionar a Napaloni y convencerlo de su fuerza y que sea él mismo quien decida retirar sus tropas de la frontera de Osterlich, ordenando romper la declaración de guerra que firmó antes.

El narrador informa que 2.975.000 ciudadanos se concentran frente a la estación para recibir a Napaloni, y al frente de todos ellos Hynkel, que espera al vagón rosa donde viajan Napaloni y su esposa, aunque cuando llega el tren su vagón para adelantado al lugar donde le esperaban, negándose Napaloni a bajar si no hay una alfombra roja, por lo que los hombres deben trasladarla hasta su vagón, aunque cuando la colocan el tren comienza a andar marcha atrás, donde estaba antes, volviendo luego adelante, por lo que quienes portan la alfombra corren alocados de un sitio para otro.

Cuando finalmente el dictador y su esposa consiguen bajar no consiguen chocar sus manos, ya que ambos izan sus brazos a destiempo uno del otro.

Presentados por sus embajadores, los dos tiranos compiten por salir mejor posicionados en las fotos, siendo Napaloni, por su corpulencia quien sale mejor parado,

Napaloni saluda luego efusivamente, brazo en alto a quienes le aclaman, eclipsando a Hynkel antes de irse en el coche, mientras los guardias de asalto, que no reconocen a su esposa, le impiden el paso, dejándola aislada entre la multitud.

Hynkel ensaya su encuentro con Napaloni, aconsejándole Garbitsch que en la reunión no hablen de Osterlich, pues su misión es tratar de impresionar a Napaloni con su fuerte personalidad y hacerle sentir su superioridad, obligándole a sentirse inferior, para lo que dispuso todo de modo que durante la entrevista Napaloni deba siempre mirarle hacia arriba y al lado de su busto, que siempre lo estará mirando.

Le hará entrar además por el fondo de la habitación y así se sentirá empequeñecido al tener que cruzar toda la estancia para saludarle.

Pero será Hynkel el sorprendido cuando entra Napaloni por una puerta trasera y le da un golpe en la espalda, con un "hola Hinky", tan efusivo, que lo tira del asiento.

Vuelven tras ello a tratar de saludarse, sin poder hacerlo por la descoordinación de sus saludos fascistas.

Garbitsch le hace sentarse a Napaloni en una silla muy baja, quejándose este de que le dieran una silla de niño, por lo que decide sentarse sobre la mesa.

Le pregunta tras ello a Garbitsch por el programa de su visita, diciéndole que darán esa noche un gran baile de bienvenida y acudirán a un desfile militar por la tarde, que Napaloni dice no les llevará mucho tiempo.

Napaloni dice que entonces tendrá que afeitarse, proponiéndole a Hynkel afeitarse juntos, aunque mientras van hacia la barbería, se cuela siempre delante Napaloni, que ve que la barbería la han situado en la antigua biblioteca del emperador que llenaron de espejos, se sientan juntos, aunque Hynkel, siempre tratando de mostrar su superioridad sube la suya, haciendo lo propio Napaloni, hasta que, están tan arriba que la silla de Hynkel falla y cae hasta abajo.

Por la tarde asisten al gran desfile durante el que Napaloni come cacahuetes, lanzando sobre Hynkel las cáscaras.

El acontecimiento, al que acude medio millón de espectadores trata de impresionar a Napaloni, que, por el contrario, al ver pasar los tanques pregunta dónde están las hélices para ir por debajo del agua y volar como sus tanques aeromarinos.

Cuando pasan los aviones, Napaloni dice que deben ser los suyos, llegados desde su país, aunque Hynkel le dice que son los de Tomainia, y cuando se escucha cómo uno de ellos se estrella, Napaloni le dice, que tiene razón, que son los de Tomainia.

Por la noche se celebra el gran baile, paseando Hynkel por la terraza preocupado por la invasión, diciéndole Garbitsch que ocultarán en la frontera tropas, tanques y cañones y, para evitar sospechas Hynkel irá a cazar patos, hasta que, en un momento dado se presente en Pretzelberg y se reunirá con el ejército, y en coche cruzará la frontera de Osterlich, esperándole Herring y él en la capital.

Le aconseja luego bailar con la esposa de Napaloni, siendo ella, con su enorme cuerpo la que le lleva durante el baile.

Va luego con Napaloni al buffet, de donde echan al resto de invitados para hablar allí de la situación en la frontera mientras comen, el primero fresas con nata y el segundo un sándwich con mostaza inglesa.

Benzino le propone que, si él se compromete a no invadir Osterlich, él hará lo mismo, por lo que si los dos firman el compromiso, él retirará sus tropas.

Hynkel le dice que cuando retire los soldados él firmará, mientras que Napaloni exige que firme para retirar sus tropas, enredándose en una discusión en que cada uno mantiene su posición, no deseando ninguno aparecer como débil ante su pueblo.

Están tan exasperados, que Hynkel echa por error mostaza inglesa picante a las fresas, lo que le produce un enorme malestar, riéndose de él Napaloni, hasta que, por error, echa él también mostaza en su sándwich y le ocurre lo mismo, por lo que continúan su discusión con gestos, tras lo que comienzan a lanzarse comida entre ellos, llegándole un tartazo a un periodista que trataba de cubrir la noticia del encuentro.

Alarmado por la situación y temiendo que trascienda el desacuerdo a la prensa, Garbitsch trata de convencer a Hynkel de que firme, pues, dice, no es más que un papel y en cuanto firme, Napaloni retirará sus tropas, ellos invadirán el país sin bajas.

Hynkel acaba así convencido y decide firmar, volviendo a abrazarse como amigos.

Entretanto, en el campo de concentración, un guardia informa de la fuga de dos presos vestidos con trajes de oficiales.

En efecto, Schultz y el barbero caminan por una carretera hacia la frontera de Osterlich mientras les buscan incluso con aviones.

Tal como idearon, Hynkel va a cazar patos para despistar al enemigo, cayéndose, al disparar, de su barca.

Dos guardias del campo de concentración que escucharon el disparo, acuden hasta el lago, donde encuentran a Hynkel, vestido como un cazador tirolés, y le preguntan de dónde sacó esa ropa, tomándolo por el barbero fugado, tras lo que lo golpean con la porra y se lo llevan al campo de concentración.

Entretanto el barbero y Schultz llegan a Pretzelberg, junto a la frontera con sus trajes de oficiales, sabiendo que si logran cruzar serán libres, topándose en su camino con varios soldados tomainios que los saludan como oficiales, aunque poco después ven que se paran y comienzan a seguirlos, lo que asusta al barbero, al que Schultz recomienda no correr pese a estar muerto de miedo temiendo su arresto.

Pero los soldados no se paran al llegar a ellos, sino que continúan corriendo hasta el puesto fronterizo donde están acampados los soldados dispuestos a invadir Tomainia, del que salen los responsables de estos y, cuadrándose ante el que creen es Hynkel, ordena al corneta que mande formar a los soldados, que les presentan armas.

Les informan que todo salió según lo previsto, habiendo estado en comunicación continua con Herring en Osterlich y están dispuestos para comenzar, teniendo dispuestos 200 tanques, 50 carros blindados y 500 ametralladoras.

Les hacen subir a un coche militar y le dicen a Schultz que se alegran de volver a verlo entre ellos.

El barbero no entiende nada y le pregunta a Schultz a dónde van, diciéndole este que está invadiendo Osterlich, estando el barbero a punto de perder el conocimiento.

Su coche desfila entre los soldados en formación y los tanques, ocultos bajo enormes balas de paja comienzan a salir.

El país es conquistado por Tomainia. Los guetos son asaltados y confiscados los bienes judíos, tal como informan los periódicos de Osterlich, acabando los invasores con quienes se les oponen.

Las tropas llegan también al viñedo donde vivían Hannah y los Jaeckel, golpeando al patriarca por oponerse a la invasión, así como a Hannah, por defenderlo.

La prensa anuncia que Osterlich recibe a los conquistadores.

En efecto, una gran multitud se reúne para escuchar las palabras de Hynkel, que sube al estrado como si de un patíbulo se tratara, donde esperaba su discurso triunfal, siendo esperado allí por Herring y Garbitsch que le notan un aspecto extraño, preguntándose qué hace Schultz allí con él.

Habla primero Garbitsch que dice que Democracia, libertad e igualdad son palabras que les dicen para engañarlos, no habiendo nación que progrese con tales ideas y por ello las abolieron y en el futuro cada hombre debe servir al interés del estado con absoluta obediencia, siéndoles denegados los derechos de ciudadanía a los judíos y a los no arios, ya que son seres inferiores y por tanto enemigos del estado, siendo obligación de todo ario odiarlos y despreciarlos, debiendo cumplir en adelante las leyes dictadas, por el que dice, será el futuro emperador del mundo.

Schultz insta tras ello al falso Hynkel a hablar, aunque este entra en pánico y se niega, diciéndole el Comandante que debe hacerlo, pues es su única esperanza, decidiendo subir al estrado y colocarse ante los micrófonos.

Dice entonces: "Lo siento, pero yo no quiero ser un emperador. Ese no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie, sino ayudar a todos si es posible: judíos, gentiles, negros y blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo, hay espacio para todos, ya que la buena tierra es rica y puede alimentar a todos. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado barreras de odio y nos ha llevado a la miseria y las matanzas.

Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado. La maquinaria que crea abundancia nos ha dejado en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Mas que maquinaria, necesitamos humanidad. más que inteligencia, dulzura y bondad. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.

El avión y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos clama por la bondad humana, clama por la fraternidad universal que nos una a todos nosotros.

Ahora mismo, mi voz está llegando a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres, mujeres y niños desesperados víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a inocentes.

A los que puedan escucharme, les digo 'no desesperéis'.

La desgracia que padecemos no es más que la pasajera avaricia y la amargura de individuos inhumanos que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que le quitaron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueran, la libertad nunca perecerá.

¡Soldados!, no os rindáis a las bestias que en realidad os desprecian y esclaviza, reglamentan vuestras vidas, os dicen qué hacer, qué pensar y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como a carne de cañón.

No os entreguéis a esos individuos inhumanos, hombres máquinas con mentes y corazones de máquinas.

¡No sois máquinas, no sois ganado, sois hombres! ¡lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones, no el odio. Solo los que no aman y los inhumanos odian! ¡Soldados, no luchéis por la esclavitud, sino por la libertad!

En el capítulo diecisiete de San Lucas está escrito: "el reino de Dios está dentro del hombre", no de un hombre ni un grupo de hombres, sino de todos los hombres.

Vosotros, el pueblo, tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer que esta vida sea libre y hermosa, de convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, usemos ese poder, unámonos todos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres trabajo y a la juventud un futuro y a la vejez seguridad.

Prometiendo esas cosas, las bestias llegaron al poder. Pero mintieron. No han cumplido sus promesas y nunca lo harán.

Los dictadores son libres, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido. Luchemos para liberar al mundo, para derribar las barreras nacionales, para eliminar la codicia, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia y el progreso nos conduzca a todos a la felicidad.

¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos todos!"

Se escucha entonces un clamor de todos los reunidos y Hannah, aún en el suelo, tras ser golpeada, se levanta tras escuchar la radio, oyendo cómo se dirige a ella.

"Hannah, ¿puedes oírme? Donde quiera que estés, mira a lo alto, Hannah.

Las nubes se alejan. El sol está apareciendo. Estamos saliendo de las tinieblas hacia la luz. Caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad donde los hombres se elevarán por encima de su odio, su codicia y brutalidad.

¡Mira a lo alto, Hannah! Al alma del hombre le han sido dadas alas y por fin empieza a volar. Está volando hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro, un glorioso futuro que te pertenece a ti, a mí y a todos nosotros. Mira a lo alto, Hannah, ¡Mira a lo alto!

Jaeckel y su mujer salen también y le pregunta, "¿escuchaste eso, Hannah?", esta, de pie, les dice, "escuchad", mientras alza en efecto sus ojos al cielo y sonríe.

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