Cristo se paró en Éboli
Cristo si è fermato a Eboli (1979) Italia / Francia
Género: Drama
Duración: 150 min.
Música:Piero Piccioni
Fotografía: Pasqualino De Santis
Guion: Francesco Rosi, Tonino Guerra, Raffaele La Capria (Novela: Carlo Levi)
Dirección: Francesco Rosi
Intérpretes: Gian Maria Volonté (Carlo Levi), Lea Massari (Luisa Levi), Paolo Bonacelli (Don Luigi Magalone), Irene Papas (Giulia Venere), Alain Cuny (Barón Nicola Rotunno), François Simon (Don Traiella), Vincenzo Vitale (Doctor Milillo), Francesco Càllari (Doctor Gibilisco), Antonio Allocca (Don Cosimino).
Un anciano, Carlo Levi, observa un cuadro donde sale una niña.
Cuenta que han pasado muchos años llenos de guerras. Lo que se llama la historia.
Y no ha podido mantener hasta ahora la promesa que hizo cuando abandonó a sus campesinos, de volver junto a ellos y no sabe cuándo podrá cumplirla.
Pero a menudo vuelve con la memoria a aquel otro mundo apegado a las costumbres, aquella tierra suya sin consuelo ni dulzura en que el campesino vive en la miseria y la lejanía, en un suelo árido y en la presencia de la muerte.
1935
Carlo llega en un tren a Éboli escoltado por dos policías que lo llevan hasta otro tren, en el que observa a los pobres campesinos que viajan en él.
Tras ese segundo trayecto lo suben a un autobús y ve que lo sigue un perro que estaba abandonado en Éboli, por lo que pide permiso a los policías para quedarse con él, al que llama Barone.
El autobús llega hasta un descampado en medio de la nada, donde espera un hombre con un coche y una mujer con un burro que se encarga de recoger el correo.
Carlo asegura que Cristo se paró en Éboli, donde la carretera y el tren dejan la costa del mar y se adentran en la desolada tierra de Lucania, a donde Cristo nunca llegó.
Ni el tiempo. Permanece como 3000 años antes de Cristo.
El conductor del coche le explica que tiene el único auto del pueblo que compró con un dinero que ganó en Estados Unidos.
Creyó que sería un negocio, pero solo hace dos viajes a la semana para llevar a la autoridad a la prefectura de Matera, pues hasta el correo lo recogen en burro.
Llegan a Galiano, un pueblo en la montaña donde es recibido por el secretario municipal, al que Carlo pregunta si hay algún hotel o fonda, a lo que le responde que no, pero que puede sugerirle un alojamiento en casa de una pariente, una cuñada viuda que le dará de comer también.
Mientras avanza por el pueblo observa que muchas de las casas tienen lazos negros sobre la puerta.
Llega a una casa muy humilde y lo alojan en una pobrísima habitación donde hay dos camas y le dicen que puede elegir la que prefiera para dormir.
La mujer le explica que las cintas sobre las puertas las colocan cuando muere alguien de la casa, y las dejan hasta que se caen.
Una vez que deja la maleta sale para conocer el pueblo y llega hasta la plaza, que ve llena de gente.
Allí se presenta el podestá, la autoridad local Luigi Magalone que le dice que además de él hay una decena de confinados en el pueblo, aunque tienen prohibido verse entre ellos, aunque le advierte que son solo obreros, no como él que se ve que es un señor.
Le indica, no obstante, que debe respetar los horarios y cada día firmar en el registro de confinados y le advierte sobre el arcipreste, pues siempre está borracho y lleva allí varios años también castigado, pues era profesor de un seminario y se tomó libertades con algunos de sus alumnos.
Le presenta también a su tío, uno de los dos médicos de Galliano, el doctor Mirillo, y él debe aclararles que, aunque es graduado en medicina, nunca ejerció como médico.
Le presenta luego al segundo médico, el Doctor Giblisco, que se queja de que la gente allí no quiere pagarles y no toman lo que les recetan, por lo que acaban muriéndose.
Le cuentan que el brigadier Pugliese, lleva allí tres años y se aprovecha de los campesinos, a los que cobra.
Mientras cena, llega otra persona a la casa, Don Peppino, Oficial recaudador, que le cuenta que nadie quiere pagar con la excusa de que son pobres, y no tienen más muebles que la cama que no se puede embargar por ley y él debe llevarse lo que pueda, una cabra, un conejo, un trozo de queso o una botella de aceite y por eso le odian, pero tiene un clarinete, que, dice, le ayuda a sacar su rabia, y a continuación lo toca para él.
Duerme esa noche en la otra cama que hay en el cuarto.
Lo despierta el canto del gallo cuando aún es de noche y la gente está saliendo a trabajar en el campo y él va a firmar el registro.
Pasea luego por el pueblo y llega hasta la casa de un carpintero y escucha que tiene puesto un disco con una narración.
El hombre le cuenta que narra la llegada de De Pinedo a Nueva York y lo invita a escucharlo con él. El vuelo de tres continentes conseguido en 1925 por su compatriota.
Le cuenta que cuando De Pinedo llegó, él vivía en Estados Unidos y los discos son lo único que conserva de entonces, junto con una fotografía de Roosevelt.
En el pueblo deciden matar a las cabras porque el gobierno les puso un impuesto porque dicen que no son buenas, pues se comen las plantas y arruinan la agricultura.
En la plaza observa a un hombre que llega con un plato de espaguetis que deja sobre un poyete, y tras silbar, aparece otro hombre a recogerlo.
Le explican que son dos confinados. Uno de ellos un comunista de Ancona, que es marinero al que arrestaron por llevar un manifiesto con la hoz y el martillo, y el otro un estudiante de Pisa también comunista.
Le cuentan también que antes podían hablar entre ellos, pero finalmente se lo prohibieron, aunque esos dos cocinan juntos por economía y él le dice irónicamente que comer juntos espaguetis puede ser un peligro para el Estado
Ve que los niños lanzan piedras al cura y él los espanta.
Al día siguiente escucha gritos fuera y ve que llegaron un montón de mujeres con niños que desean que les atiendan, pues les contaron que es doctor, y él trata de explicarles que nunca ha practicado la medicina y por ello solo podría darles los medicamentos que llevó para sí mismo.
Observa a un niño muy amarillo y les dice que no respira bien porque tiene las anginas demasiado gordas, por lo que les dice que deben llevarlo a Matera para que lo operen.
Insisten en que les vea y él en que no es médico, pero que les dará sus medicinas.
Mientras pasea por el pueblo un hombre le dice que tiene enferma a su mujer y le pide que la vea, sin hacer caso a sus objeciones.
Ve a una mujer mayor que delira y tiene fiebre y que tiene sobre la frente una moneda. Le dice que también vomitó y él dice que es erisipela y que no es grave, pero que la receta para los medicamentos se la debe dar el médico local, pues él no puede recetar.
Sale a pasear por las afueras y ve que los niños lo observan y que el brigadier lo sigue mientras se acerca hasta el cementerio y aprovecha para preguntarle cuáles son los límites que no puede superar y le dice que solo puede llegar hasta el cementerio.
Llega en una moto a la casa un hombre al que la dueña de la casa llama barón y que lo lleva hasta la otra cama. Se presenta como Barón Nicola Rotunno, de Avellino y le explica que es el dueño de las tierras de Galliano y alrededores y va hasta allí para cobrar el alquiler a sus inquilinos.
Él le explica que es un confinado político y que es de Turín.
El barón le explica que es amigo de la amiga de la amante del senador Bocchini, Jefe de la Policía y podría intentar ayudarlo a regresar a Turín.
Le cuenta que su amiga es devota de la Virgen del Monte Vergine y que la encuentra a menudo en ese santuario y en otros.
Le cuenta también que él va cada año en peregrinaje al santuario de San Roque de Tolfe y le anima a ir y conseguirá que le den un permiso. Pues allí todos pueden ver descender al santo hasta la iglesia. Carlo no puede evitar reír al escucharlo.
Le cuenta además que, pese a sus 84 años ayuda cada mañana en misa como monaguillo, y de pronto se acerca a él y le dice que en nombre del niño Jesús él le bendice y lo hace como si fuese un sacerdote, antes de regresar a su cama.
Ve a los habitantes del pueblo cantando mientras siegan.
Lo despiertan mientras dormitaba en una tumba abierta, pero todavía vacía, porque pregunta por él el carabinero, al que explica que ese es el lugar más fresco del pueblo.
Una mañana, cuando los segadores se disponen a realizar el trabajo les impiden el paso y les piden que vayan a la plaza, pues va a hablarles la autoridad.
Allí el podestá da un mitin y les habla de Abisinia y asegura que, como las naciones romanas dominaron el mundo, ellos volverán a hacerlo.
Carlo no acude. Lo escucha desde la cama.
Un día visita al sacerdote, pues le contaron que pinta, como él y desea ver sus cuadros, que observa que son de trazo infantil y le espanta el modo en que el clérigo vive, entre gallinas y con los libros, algunos muy interesantes para Carlo apilados en el suelo.
Permiten que le visite su hermana Luisa, a la que abraza feliz, pues es un alivio.
Ella le cuenta que en ese momento en Turín hay amigos que no quieren dejarse ver por precaución, y a otros no desean comprometerlos, aunque algunos, más valientes, van de vez en cuando a preguntar por él.
Pregunta si se publicó el libro de Mario Soldati, en el que trabajaba, y le dice que sí. Y que les contó cómo terminó de diseñar él la tapa mientras lo arrestaban.
Visita con ella una casa que perteneció al anterior párroco, muy luminosa y con terraza, donde podría pintar.
Su hermana le dice que necesitará una mujer de servicio, aunque él le dice que allí las mujeres no entran en la casa de un hombre soltero.
Ella había pedido que lo trasladaran a un lugar más saludable y le contestaron que allí no hay malaria, aunque luego reconocieron que la había, pero que igual que los enfermos, él podía vivir allí.
Luisa le reprocha que no ejerza la medicina por miedo y que se dedique solo a pintar, pues aquel es el mejor lugar para conseguir experiencia.
Le habla de los lugareños, muchos de los cuales se fueron a Estados Unidos. Más tarde a Nápoles o Roma, y ahora a África. La guerra les da una salida de ese mundo, aunque él cree que van hacia la destrucción y que allí puede incluso entender por qué los jóvenes se hacen fascistas, pues en esas condiciones podrían hacer cualquier cosa, como morir en África como héroes, aunque la mayoría se quedan.
Es un sitio en que ni siquiera mira el reloj.
Le es difícil despedirse de su hermana.
Ve que los niños se entretienen siguiendo sus pasos.
Finalmente alquila la casa que fue a ver con su hermana y consigue una mujer de servicio, Giulia Venere, que llaman la Santa Cangelese, aunque el podestá le dice que hace maleficios y que es amante del peluquero, y es la única mujer en el pueblo que puede frecuentar un hombre soltero y además conoce muy bien la casa porque era la patrona de esa casa, y de la cama del arcipreste que la habitaba.
Debe entregar las cartas al podestá para que las examine y pase censura, y le pide que las envíe pronto, aunque el podestá le dice que como escribe muy bien, sus cartas suele retenerlas dos o tres días y le quita un libro que tenía de Montaigne, pues está prohibido pese a ser un clásico porque es un autor de la Revolución Francesa.
Instalado en su nueva casa, vuelve a pintar.
Giulia le cuenta que tuvo 17 embarazos, el primero de ellos con su marido, pero este se fue a América y se lo llevó. Los hijos que nacieron después sus padres ni los han visto.
Comienza además a tratar también a algunos pacientes como médico.
Giulia se niega a sacar la basura por la noche porque dice que hay tres ángeles que llegan por la noche y protegen la casa y no puede tirarles la basura porque no volverían, y por eso la tirará por la mañana, pues el ángel se va.
Una sequía lleva a la gente a salir procesión para pedir que llegue el agua a sus áridas tierras, y, en efecto, acaba lloviendo y la gente aprovecha el momento para cavar con más facilidad.
De cuando en cuando acude a reuniones con los hombres del pueblo donde comen y cantan.
Muchos de los hombres viajaron a Estados Unidos, pero regresaron. Aseguran que la nostalgia fue su perdición, aunque hay uno que afirma que él va y viene. Que cada dos o tres años coge el barco hacia América, está un tiempo, y regresa. Y podría quedarse en el pueblo, pero sabe que pronto habrá guerra y no quiere que le pille allí.
Le cuentan que allí están las familias divididas, pues muchos están en América, y de cuando en cuando, si les va bien, envían algunos dólares, pero que de Roma no les llega nada.
Piden voluntarios para ir a pelear a África, aunque solo hay un joven del pueblo que se alista y su madre trata de convencerlo para que no lo haga, aunque el muchacho le dice que lo hace por la paga.
Giulia es muy supersticiosa y cree en el "monachicchio" el espíritu de los niños que mueren sin ser bautizados y gastan bromas, pero son inocentes.
Le prepara la bañera a Carlo, y luego entra para lavarle la espalda.
Él le pide que pose para que la retrate, pero le dice que no, porque el retrato se queda prisionero de quien lo pinta, aunque él insiste en que quiere pintarla a ella, que le dice que entonces se marchará. Él no la entiende, e incluso la abofetea.
La gente del pueblo se reúne para ver un eclipse que miran a través de trozos de vidrio ahumado, y que sorprende a los animales.
El podestá lo convoca, pues leyó la última carta a su hermana y cree que si la ven los de Matera le dejarían allí no solo 3 años, sino 5 o 7, pues contiene afirmaciones como que allí ningún campesino pertenece a ningún partido político, ni fascista, ni otro y que para los campesinos el estado está más lejano que el cielo y es más maligno.
Le pregunta por qué da tanta importancia a los campesinos, que son supersticiosos e ignorantes y debería estar con los caballeros de su clase.
Le dice luego que la tierra allí es escasa y pobre y por eso van a conquistar más tierra en África, pues la guerra la hacen también por los campesinos, pese a lo cual se alistó solo uno, aunque se excusa por no ir él mismo y lo achaca a salud y porque debe mantener allí el orden y la propaganda.
Dice también en su carta que allí nadie habla de la Gran Guerra, que fue también una guerra de Roma, y que ahora, como entonces, deben luchar por una historia que no les concierne y que no pueden sentir como propia la civilización que es su enemiga.
Que de cuando en cuando se rebelan contra la historia y los estados y se dedican al pillaje, y esa es la única guerra que sienten como propia y ven a los bandidos como héroes, porque la civilización los sojuzga.
El podestá Le pide por ello que destruya su carta.
Observa al castrador de cerdos cuando llega al pueblo y lo ve cómo trabaja.
El día de Nochebuena recibe por la tarde en su casa a los niños y les habla y les hace participar, y recibe también la visita de dos ancianos del pueblo
Llega también Giulia que le dice que a partir del día siguiente no regresará, ante lo que él le pregunta si se volvió celoso el peluquero.
Ella le dice que encontró a otra mujer que le ayudará.
Por la noche, toda la población se reúne en la iglesia, esperando impacientes al cura, que llega tarde y borracho y es incapaz de dar el sermón, que dice había escrito, pero que lo perdió y por su poca memoria no recuerda nada.
Simula entonces que encuentra una carta. La que envió un agricultor que se alistó para ir a Abisinia y que desea la paz para todos, y en especial para los abisinios, ante lo que el podestá se muestra enfadado y no tolera su discurso, que dice, es subversivo y decide marcharse, siendo seguido por algunos de sus partidarios
Ante los que se quedan, el párroco se queja porque ese año no le regalaron un cabrito como es costumbre.
Un hombre va a pedir ayuda a Carlo porque su hermano se encuentra mal del vientre, y él le dice que llegaron órdenes de Matera de que él no puede ejercer, aunque el hombre insiste y le asegura que solo él puede salvarlo.
Van a hablar con el podestá, que le dice que si lo permite le echarán, pese a que sabe que los otros médicos no son nada buenos.
Para que pueda actuar sin problemas consiguen que los otros médicos declaren que están enfermos para que pueda él atender al enfermo.
Va a visitarlo y se da cuenta de que tiene una peritonitis aguda y que solo puede calmarle el dolor con una inyección, pues aunque fuera a Matera no podrían hacer nada.
Y el hombre acaba muriendo.
Las mujeres lloran junto al muerto y Carlo se queda desolado ante el dolor de la familia.
La gente del pueblo se manifiesta frente al ayuntamiento culpando al podestá de la muerte de su vecino por no permitir que Carlo ejerza, y aunque Carlo asegura que no podía salvarse, aunque ellos dicen que aunque pudiera salvarse no le habrían dejado que lo hiciera y puede haber más casos, por lo que debería poder trabajar como médico.
Como las cosas se ponen muy mal el propio Carlo pide a la gente que regresen a casa para que no vayan los carabineros, y deciden hacerlo, pero firman una carta pidiendo que le permitan ejercer como médico.
Vuelven a buscarlo de nuevo para atender a otra enferma, pero él dice que la ley es igual para todos y la prohibición vale incluso si quien enferma es la hija de la autoridad, ya que es la hija del podestá la que está enferma y se niega a comer.
El podestá asegura que él está incluso por encima de la ley, pero Carlo le responde que la curará con la condición de que le permitan curar a cualquier otro habitante.
El podestá dice que cure a su hija y luego verán, pero la mujer responde por él y dice que aceptan.
Un día se escuchan las campanas y la gente, mientras trabaja en el campo se pregunta a qué será debido.
Escuchan cómo Badoglio informa que entraron en Addis Abeba, y anuncia que la guerra terminó.
Tras ello se perdona a algunos de los confinados, aunque entre ellos no están los dos comunistas que compartían comida.
A Carlo sí le llega el perdón, aunque se siente confuso por lo inesperado.
Carlo abandona la población y, aunque llueve, la mayor parte de la población acude a despedirlo con cariño, aunque también con tristeza.
Él se va despidiendo de todos, uno a uno, y les pide que regresen a sus casas para que no se mojen y luego se aleja con su perro del pueblo donde pasó los últimos meses.
Un retrato de Carmelo, el hijo de Giulia le sirve para recordar aquellos momentos.